Rezad el Rosario, rezadlo bien

«El Rosario ha sido llamado “el compendio de todo el Evangelio” y los Papas han insistido frecuentemente en su rezo, han explicado su naturaleza, han reconocido su capacidad de fomentar la oración contemplativa y han recordado su eficacia para promover la vida cristiana y el compromiso apostólico» (Papa Pablo VI, Marialis cultus).

¿Qué ha sucedido con el Rosario? Esta antigua oración ha desaparecido de muchos corazones y hogares, ha dejado de escucharse donde antes llenaba con su tranquila cadencia y su suave paz. ¿La oración que Nuestra Señora predicó en Lourdes y en Fátima y que la Iglesia ha recomendado tan vehementemente ha de convertirse en algo del pasado? ¿Era, después de todo, una oración únicamente para los incultos, útil en su día, pero no para el día de hoy? ¿Qué hemos de decir a esto?

La respuesta, que debe ser clara después de pensarlo bien y que puede causar sorpresa, aunque no debiera, es que el Rosario existió siempre en la Iglesia y necesariamente fue así, aunque no ciertamente en la forma exacta en que nosotros lo conocemos ahora, pero sí en su sustancia.

Cuando san Pedro y los apóstoles comenzaron su ministerio, por pura necesidad refirieron la historia del Dios-Hombre, que tan recientemente había vivido entre ellos, su nacimiento, vida, trabajo, enseñanza, sus milagros, su muerte, resurrección y ascensión a los cielos. Todo esto contaron y explicaron, y enseñaron a la gente a rezar con las palabras que Él les dio. Esta fue la predicación del Evangelio, y la Iglesia ha hecho esto desde entonces y lo hará hasta el fin del mundo.

Pero éstas son precisamente las tres partes del Rosario. Referir el relato del Evangelio es anunciar los quince sagrados acontecimientos o “misterios” de la vida de Nuestro Señor, explicarlos es dar sus puntos de meditación; el “padrenuestro” es parte de cada decena. Al pasar el tiempo, se añadió el “avemaría”, y se desarrolló la actual forma de Rosario.

No es, por lo tanto, un argumento forzado decir, a la luz de estos hechos, que el Rosario es una oración de las más auténticas y naturales de la Iglesia. Al rezarlo, oímos de nuevo la predicación del Evangelio; en nuestra meditación consideramos su significado y decimos las oraciones más queridas a nuestro Señor y a nuestra Señora: el “padrenuestro” y el “avemaría”.

El Rosario podría llamarse en verdad la gran “oración pastoral” de la Iglesia, porque ejerce en nosotros el gran ministerio pastoral de la predicación y enseñanza del Evangelio y la práctica del mismo. Pone ante nosotros la vida y ejemplo de Nuestro Señor, y nos conduce por la meditación y la oración a seguirle.

Con esto llegamos al mismo corazón del Rosario, a lo que es lo más profundo, lo más elevado, lo mejor y lo más necesario en su práctica. Para comprender esto, debemos considerar el fin de nuestra creación.

Fuimos hechos por Dios, como Dios, para Dios. Fuimos creados para conocerle, amarle y servirle en la tierra y ser felices con Él en el cielo para siempre, es decir, para vivir con Él aquí y después.

En nuestra relación mutua compartimos la vida no solamente por la compañía, sino también por el pensamiento y la palabra, por el recuerdo, por el afecto, por la alegría y la tristeza, por cada uno de los momentos de la mente que pueden unirnos. El espíritu humano ha sido dotado de grandes poderes que puede emplear para establecer la comunicación y unión de una forma que el tiempo y la distancia no pueden obstaculizar. Podemos pensar unos en otros y amarnos desde los confines de la tierra.

El Rosario nos capacita idealmente para compartir la vida con nuestro Señor y con la más querida para Él, su Madre. Comenzando con la anunciación de su venida en forma humana, seguimos los acontecimientos sagrados de su vida, los misterios, a través de sus alegrías y sufrimientos, hasta la culminación en la gloria. Pensamos en todas estas cosas, estamos presentes a ellas con la mente y nos mueven al amor y a la adoración. Eso es realmente participar en su vida. El Rosario no es precisamente una forma muy atractiva de devoción. En principio, consiste en comenzar en la tierra la participación de la vida divina que continuará para siempre. No comprender esto es dejar de comprender la idea central del Rosario.

De esta idea del Rosario se sigue que debemos tener un método de rezarlo que sea realmente una participación en sus acontecimientos que llamamos sus “misterios”. Es aquí donde nos encontramos con la mayor dificultad del Rosario y donde se presentan los mayores reparos. ¿Cómo se puede decir un “padrenuestro” y diez “avemarías” con atención y al mismo tiempo meditar en el misterio? Y, ¿qué es la meditación?, ¿cómo hacerla?

Estas son las auténticas y frecuentes dificultades. Tocan dos puntos de gran importancia, la atención y la meditación. Una falsa comprensión de ambas o de cualquiera de las dos no hace fácil el rezo del Rosario. Por otra parte, su comprensión hace que todo cambie y hace mucho más fácil todo de una manera realmente sorprendente.

Si a algunas personas se les preguntase: “¿Qué se debe hacer para estar atento a la oración?”, la mayoría probablemente diría: “Pensar en lo que se está haciendo”. No se puede decir que esta respuesta sea equivocada en lo que dice en sí, pero podemos llamarla la respuesta “dura”. Hay una respuesta mejor, más fácil y más necesaria. Es ésta: “Haz lo que siempre haces y debes hacer en una conversación normal con otro, y lo que debes hacer antes de decir una palabra”. Debes ver a alguien allí y para ver hay que mirar. Y debes seguir mirando todo el tiempo que dura la conversación.

El gran secreto de la atención a la oración es el mirar a Aquél a quien estamos hablando. La forma dura es tratar de “desentrañar” el sentido de las palabras. Esto produce agotamiento y desanima fácilmente. Mírale primero a Él y las palabras vendrán más fácilmente conforme pasa el tiempo y durante todo el tiempo, bien vengan o no las palabras; estamos en su compañía y eso es todo. Todo el lío de nuestra oración reside muchas veces en que recitamos palabras y no le miramos a Él.

Nuestro Señor enseñó a santa Teresa de Ávila a rezar de esta manera, y ella lo enseñó a sus monjes en palabras que debemos recordar: “Quiero que solamente le miréis a Él”.

Con esta comprensión de la atención podemos ahora resolver el problema de la meditación, porque la “oración-por-contemplación” lo soluciona. Cuando había explicado que el camino verdadero para estar atentos es “mirarle a Él”, santa Teresa continuaba diciendo que no hay diferencia entre la oración vocal dicha de esta manera y la meditación. Toda oración que se dice mientras le miramos a Él, es, por ese hecho, meditación u oración mental. Porque, mientras le miramos, nuestra oración se profundiza, sus palabras calan en nosotros, y esta oración llega más hondo que la oración vocal normal, así como la lluvia intensa caía más hondo que un pasajero chaparrón. Nuestro método de rezar el Rosario debería basarse en esta comprensión de la atención y meditación puestas en acción. Nos servirá de ayuda el considerar su aplicación a uno de los misterios. Tomemos la oración en el huerto.

La imaginación puede presentarnos la escena: El huerto, la figura arrodillada, en desolación, las palabras de la agonía, el sudor de sangre, el ofrecimiento total al Padre. Sólo el mirar y pensar en esto conmoverá el corazón y lo impulsará a participar en su agonía por medio de una compasión profunda. Se verá que no es necesario formar pensamientos detallados. Simplemente el mirar, el estar atento y el estar allí llenará nuestro corazón. Y, mientras tanto, las palabras del “padrenuestro” y del “avemaría” brotarán de nuestros labios, pero siempre de una manera secundaria con relación a la atención de la mente.

Esta forma de rezar el Rosario se la dio Nuestra Señora a Lucía. Le dijo: “Hazme compañía mientras meditas en los quince misterios del Rosario”. Ese es el método: Estar con Ella y con su Hijo divino durante esta oración.

Este método fue descrito en una carta de una señora que nos escribía pidiendo un Rosario para su marido. “Va a trabajar todas las mañanas en tren con varios compañeros. Se sienta en un rincón del vagón con la cabeza echada para atrás, los ojos cerrados, la mano en las cuentas del Rosario que lleva en el bolsillo. Los otros dicen: ‘No hay duda en cuanto a Casey. Es un tigre para el sueño’. Pero Casey no está dormido, está con nuestra Señora en Galilea”.

¿Qué sucederá ahora? ¿Estaréis con ellos en Galilea, en Belén y Nazaret? ¿Le escucharéis junto al lago y en el monte? ¿Estaréis con Él en el huerto, en la sala del juicio, en el camino del Calvario y hasta el final?

Entonces, que vuestros labios se abran para decir esta oración, y vuestro corazón se conmoverá hasta amarlo. Que vuelva a resonar en vuestra casa y hogar y en toda la tierra.

Por P. George M. Cussen, O.P., Legión de María Org

Nota: El artículo habla de los “quince sagrados acontecimientos o misterios”, pero debemos recordar que +SS Juan Pablo II añadió los Misterios Luminosos, subiendo a veinte los “sagrados acontecimientos” que contemplamos durante el rezo del Rosario.

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