Sixto IV (1478), decía que “el Rosario es un medio eficaz para honrar a Dios y a la Virgen, y para ahuyentar los graves males del mundo”.
León X (1514), afirmaba que “había sido instituido contra los heresiarcas y herejías”.
San Pío V, dominico (1566), señalaba “que con este modo de orar, encendidos con sus meditaciones e inflamados con sus plegarias, los hombres se volvían otros, las herejías se disipaban y brillaba la luz de la fe católica”. Según Pablo VI, “fue (Pío V) quien ilustró en ella, y en cierto modo definió, la forma tradicional del Rosario que dura hasta hoy”.
Sixto V (1585), reafirma que “según la tradición, fue Santo Domingo quien lo instituyó por inspiración del Espíritu Santo”.
Pío IX (1857), el Papa de la Inmaculada, aconseja a todos los cristianos: “Rezad esta oración tan sencilla… Anunciad que el Papa no se contenta con bendecir el Rosario, sino que lo reza cada día y quiere que sus hijos hagan otro tanto. Tal es mi última palabra, que os dejo como recuerdo”.
León XIII (1883), fue llamado el Papa del Rosario, porque escribió abundantes Encíclicas y Exhortaciones sobre el mismo, sobre todo cada año al llegar el mes de octubre. De él son estas palabras: “Nos pensamos no haber hecho nunca bastante para promover entre el pueblo fiel esta piadosa práctica, que desearíamos ver siempre más ampliamente difundida y hacerse la devoción verdaderamente popular de todos los lugares y de todos los días”.
San Pío X (1903) decía que “el Rosario es la oración por excelencia de todo el pueblo cristiano”.
Benedicto XV (1912), estaba profundamente convencido “de que es una de las más sublimes flores de la piedad cristiana, uno de los más fecundos manantiales de gracias divinas”.
Pío XI (1922), escribía a los obispos de todo el mundo: “Procurad vosotros y cuantos os ayudan… que los fieles de todas las clases vean con entera claridad las excelencias y utilidades del Rosario”. Era como su testamento, en el año 1937.
Pío XII (1939-1958), el 15 de septiembre de 1951, publicó una Exhortación Apostólica, “Ingruentium malorum”. Frente los males que amenazaban a la sociedad de hace cincuenta años, al acercarse el mes de octubre, se dirige a sus hermanos, los obispos de todo el mundo, diciendo: “Con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse el mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran a acudir con mayor frecuencia a las iglesias para elevar en ellas sus súplicas a María mediante las oraciones del Santo Rosario. Oraciones que este año, venerables hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, pues bien conocida nos es la poderosa eficacia de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el Santo Rosario es el modo más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza”.
Juan XXIII (1958-1963), el Papa que convocó y puso en marca el Concilio Vaticano II, tiene, entre otros, dos documentos sobre el Rosario, con motivo del mes de octubre. El primero, titulado “Grata recordatio”, una Encíclica, del 26 de septiembre de 1959, en la que recuerda las enseñanzas de León XIII y de Pío XII. En la introducción, el bueno del Papa Juan, hace una confesión muy reveladora de su devoción por el Rosario, que desde joven, animado por el entusiasmo del Papa León, rezaba el Rosario entero, todos los días. Y sigue confesando: “Este dulce recuerdo de nuestra juventud no nos ha abandonado en el correr de los años, ni se ha debilitado; por el contrario, y lo decimos con sencillez, tuvo la virtud de hacer cada vez más querida a nuestro espíritu el Santo Rosario, que no dejamos nunca de recitar completo todos los días del año. Y que deseamos, sobre todo, rezar con particular piedad en el mes de octubre”.
En otra Carta Apostólica, “Il Religioso”, del 29 de septiembre de 1961, dedicada al Rosario, también ante el mes de octubre, afirma y confirma una idea que no especificaron sus antecesores: el puesto que ocupa esta oración en la Iglesia. Así dirá: “El Rosario, como ejercicio de cristiana devoción entre los fieles de rito latino, que son notable parte de la Iglesia católica, ocupa un lugar eminente para los eclesiásticos, después de la santa Misa y el Breviario, y para los seglares después de la participación en los sacramentos. Es forma devota de unión con Dios y siempre de alta elevación espiritual”.
Pablo VI (1963-1978), otro de los Papas de nuestro siglo, cuyo magisterio fue amplísimo, declaró a la Virgen María, Madre de la Iglesia. En febrero de 1974 publicó la Exhortación Apostólica “Marialis cultus” (sobre el culto mariano). En ella dedica una parte bastante amplia al culto de María por el Rosario, “compendio de todo el Evangelio”; como lo llamó Pío XII. Recuerda que ha escrito numerosas cartas y exhortaciones recomendando el Rosario para implorar de Dios “el bien supremo de la paz”. En esta Exhortación, insiste el Papa Montini en que el Rosario es una oración “evangélica”. “Oración evangélica”, dice, “centrada en el misterio de la encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica”.
Luego, comparando el rezo del Rosario con la oración litúrgica, señala que, aunque el Rosario no forma parte de la liturgia de la Iglesia, “es un piadoso ejercicio que se armoniza fácilmente con ella. En efecto, como Liturgia, tiene una índole comunitaria, se nutre de la Sagrada Escritura y gravita en torno al misterio de Cristo. Aunque sea en planos de realidad especialmente diversos, ‘anámnesis’ en la Liturgia, y ‘memoria contemplativa’ en el Rosario, tienen por objeto los mismos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo. La primera, hace presentes, bajo el velo de los signos operantes, de modo misterioso, los misterios más hondos de nuestra redención: los sacramentos; la segunda, con el piadoso afecto de la contemplación, vuelve a evocar los misterios en la mente de quien ora y estimula su voluntad a sacar de ellos normas de vida”.
Juan Pablo II (1978-2005), en una homilía pronunciada el 2 de octubre de 1983 en la Plaza de San Pedro decía: “Se cumple este año el primer centenario de la Encíclica del Papa León XIII ‘Supremi apostolatus’, con la que este gran Pontífice decretó la dedicación especial del mes de octubre al culto de la Virgen del Rosario. Subrayaba él con fuerza en este documento, la eficacia extraordinaria de esta oración rezada con alma pura y devoción, para obtener del Padre celestial, en Cristo y por intercesión de la Madre de Dios, protección contra los males más graves que puedan amenazar a la cristiandad y a la misma humanidad, y conseguir así los supremos bienes de la justicia y la paz entre los individuos y entre los pueblos. Con este gesto histórico, León XIII no hacía otra cosa sino sumarse a los numerosos Pontífices que le habían precedido y dejaba una consigna a quienes le iban a seguir en el fomento de la práctica del Rosario. Por ello, también yo quiero deciros a todos: haced que el Rosario sea ‘dulce cadena que os una a Dios’ por medio de María. Rezad todos juntos a la Madre de Dios”.
Y en otra alocución de ese mismo año recomendaba el rezo del Rosario en familia: “Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios, la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia. Entre éstas es de recordar el rezo del rosario. Y ahora, en continuidad de intención con nuestros predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del Santo Rosario en familia… No cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida”.
Varias fuentes,
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