“Vosotros me preguntáis si fue santo Domingo realmente el fundador del Rosario; os declaráis perplejos y llenos de dudas sobre este punto. Mas, ¿qué hacéis de tantos oráculos de soberanos Pontífices como León X, Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Clemente VIII, Alejandro VII, Inocencio XI, Benedicto XIII, y otros varios, todos unánimes en atribuir a santo Domingo la institución del Santísimo Rosario?” (Benedicto XIV P.P.)
El Salterio de María
Cuando la furia de los emperadores se desbordó sobre los primeros cristianos, se decretaron en todo el Imperio Romano las llamadas persecuciones romanas, iniciadas en el año 64 por el emperador Nerón y abolidas definitivamente hasta el año 313 por el emperador Constantino, el primer emperador cristiano de Roma.
Durante ese tiempo, muchos cristianos dieron el testimonio de su fe derramando su propia sangre en medio de los más increíbles tormentos. Sin embargo, no todos los cristianos se sintieron llamados a dar la vida de una manera cruenta en la defensa de su fe. Algunos de ellos, sabiéndose débiles, prefirieron salir de las ciudades y refugiarse en los desiertos, donde encontraron en la soledad un medio maravilloso de comunicación con Dios.
Durante las persecuciones y sobre todo al terminar éstas, aquellos ermitaños comenzaron a organizarse en formas cada vez más complejas, hasta dar por resultado el nacimiento de los grandes monasterios en el siglo VI con san Benito de Nursia, mientras que elevaban sus rezos de una manera también cada vez más organizada.
Comenzaron los ermitaños por recitar diariamente los 150 salmos que componen el Salterio de la Sagrada Escritura. Son estos 150 poemas que recogen la oración del antiguo pueblo de Israel, y que contienen al mismo tiempo elementos que nos ayudan a elevar nuestra mente a Dios para contemplar su verdad y su amor infinitos.
Poco a poco esa recitación de los salmos se hizo parte fundamental de la vida de los ermitaños que al organizarse en monasterios, se transformó en el rezo del oficio divino, también llamado “Liturgia de las Horas”, porque se reparten a lo largo del día para santificarlo. Sin embargo, como muchos de aquellos monjes trabajaban duramente en los campos para lograr el sostenimiento de su monasterio, además de que, como sucedía en el mundo antiguo, eran pocos los que sabían leer para seguir los grandes libros corales, surgió el cambiar la recitación de los salmos, o al menos de algunos de ellos, por el rezo del “Padre Nuestro” o de algunas otras oraciones.
Muy pronto nació también el llamado “Salterio de María” conocido también como “Horas de la Virgen”, que derivó con el tiempo hacia el llamado “Oficio Parvo” constituido también por una serie de salmos, distribuidos en las diferentes horas del día en honor de la Santísima Virgen María.
Como sucedía con la “Liturgia de las Horas”, en el “Salterio de María” los monjes empezaron a cambiar los salmos por oraciones a la Madre de Dios, dando origen a las primeras manifestaciones de lo que más tarde sería el Rosario.
Santo Domingo y el nacimiento del Rosario
Santo Domingo de Guzmán, es considerado con toda justicia el padre y fundador del Rosario, pues logró unir lo que en esencia es el rezo de esta maravillosa devoción: la recitación de las plegarias a la Madre del Redentor, con la meditación de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo; porque el rezo del Rosario consiste fundamentalmente en la meditación de esos misterios al tiempo que se repite el rezo del “Avemaría”, y esto es precisamente lo que el santo Patriarca de los Predicadores (Dominicos) formuló, al unir la contemplación de los misterios de nuestra redención a la invocación a la Madre del Redentor.
En efecto, la contemplación de las verdades de la fe, a partir de la oración y del estudio, es el medio fundamental que santo Domingo encuentra para prepararse eficazmente para la predicación del Evangelio, y el Rosario, es el compendio de estas verdades de la fe, que meditadas de la mano de María, nos da la oportunidad de adentrarnos en una profunda contemplación.
El propio santo Domingo, que vivía en una oración constante, “hablando con Dios o de Dios”, “estaba tan acostumbrado a arrodillarse, que en los viajes, en las posadas, después de las fatigas del día y del camino, mientras los hermanos dormían y se entregaban al descanso, volvía a sus genuflexiones como a su propio ejercicio y ministerio”, nos relata un autor contemporáneo del Santo, y a cada una de estas genuflexiones correspondía a una alabanza a la bienaventurada Virgen María, y “con tal ejemplo, más con los hechos que con las palabras enseñaba a los hermanos a orar de esta misma manera”.
Así, los frailes antiguos de la Orden de Predicadores, siguiendo el ejemplo de santo Domingo, según nos relata otro autor de la época, “hechas las dichas devociones a la Virgen bienaventurada, unos se arrodillaban cien, otros, doscientas veces entre el día y la noche, y decían otras tantas veces el Avemaría”; devoción que las monjas dominicas, imitando al santo Patriarca también multiplicaban sus genuflexiones mientras repetían la salutación a la bienaventurada Virgen María.
Para los frailes, monjas y seglares de la Orden de Predicadores que repetían ya el “Avemaría” desde muy antiguo, esta plegaria es no solamente una invocación a María; sino también una profesión de fe católica, pues entre los errores de los albigenses estaba el negar la maternidad divina de María.
El Maestro de la Orden Humberto de Romans (+1277) tratando del modo de orar de los novicios de la Orden, dice expresamente: “En primer lugar el novicio después de los Maitines de la bienaventurada Virgen medite y considere con ardor los beneficios de Dios, a saber, sobre la encarnación, nacimiento, pasión y otras cosas en general… y después diga el Padrenuestro y el Dios te salve, María… Después de Completas recuerde los beneficios de Dios, de la forma indicada al principio de estos ‘Modos de orar’… y podrá también añadir Salve Regina, etc., con otras antífonas y oraciones de la bienaventurada Virgen”.
Así, dentro de la Orden de Predicadores y alrededor de ella, comenzó a difundirse esta saludable devoción, que poco a poco fue organizándose hasta alcanzar la manera como hoy la conocemos.
La organización de los Misterios del Rosario
Durante los siglos XIII y XIV, las meditaciones de los gozos y dolores de la Madre del Señor fueron ampliamente difundidas desde diferentes partes. Ugo Fulco, quien más tarde sería Papa con el nombre de Clemente IV (1265-1268), escribió un poema sobre “los siete gozos de la Virgen”: la Anunciación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Resurrección, la Ascensión, la Asunción y la Coronación de la Virgen. San Vicente Ferrer (1350-1419), por su parte, comparte esta devoción a los gozos de María, con la única diferencia que añade la Venida del Espíritu Santo, resumiendo la Asunción y la Coronación en un sólo gozo: la Glorificación de la Virgen.
Por su parte, los frailes de la Orden de los Servitas, nacidos en 1249, con el apoyo de san Pedro de Verona, inician su devoción a los “dolores de la Virgen”, que se reducía a recitar un Padrenuestro y siete Avemarías por cada uno de los siete dolores de la Virgen Santísima.
Ya en el siglo XV, los misterios del Rosario llegaron a su expresión actual. A mediados de ese siglo, fray Alan de la Roche, mejor conocido como venerable Alan de la Roche, también conocido como Alano de Rupe (1428-1478), promovió una cruzada de predicación sobre el “Salterio de Cristo y de María” como él llamaba al Rosario, hablando de él con tanto calor y atribuyéndole tales virtudes por sus preces y meditaciones, que compendiaba en él lo más esencial de la vida cristiana. Tan comprensivo concibe él el Salterio mariano que llega a escribir en uno de sus arrebatos: “Constantemente afirmo: predicar el Salterio no es otra cosa que inducir al pueblo a devoción, penitencia, desprecio del mundo y reverencia a la Iglesia”.
La intensa actividad desarrollada por este gran apóstol, fundador de la Cofradía del Rosario en la ciudad de Douai (Francia) el año de 1470, a la que tan sólo en la región de Flandes se adhirieron unas cincuenta mil personas durante su vida, según él mismo lo relata, y el apostolado rosariano del convento de Colonia (Alemania), encabezado por su prior el padre Jacobo Sprenger en esos mismos años, en los que se fundó la Cofradía de Colonia, modelo de todas las demás, siendo la primera con aprobación apostólica (1476) , lograron que el Papa Sixto IV en la bula “Ea quae ex fidelium”, firmada en mayo de 1479, consagrara el Rosario como fórmula maravillosa de oración para la vida de la Iglesia, estableciendo ya quince decenas de Avemarías precedidas por un Padrenuestro, prohibiéndose más tarde nuevas formas de “rosarios” distintas de ésta.
Por fin, san Pío V (1566-1572), por medio de la bula “Consueverunt Romani Pontifices”, del 17 de septiembre de 1569, establece definitivamente la forma del rezo del Rosario a la manera como lo conocemos actualmente.
El desarrollo de la Cofradía del Rosario se manifestó de manera especial en la creación de movimientos apostólicos de oración que se convirtieron poco a poco en elementos medulares de la misma Cofradía. En 1635, fray Timoteo Ricci (+ 1643), fundó en el convento de San Marcos de Florencia el primer movimiento del Rosario Perpetuo, fomentando también la saludable costumbre del rezo público del Rosario en las iglesias, alternando dos coros. Esta nueva devoción se propagó ampliamente por Italia y Francia principalmente, y luego por toda Europa. Originalmente, en el Rosario Perpetuo, sólo se exigía el rezar el rosario completo en una hora de guardia anual.
Además surgió también, de acuerdo a lo que nos refiere san Luis María Grignon de Monfort, la asociación del Rosario cotidiano, en el que cada persona se comprometía a rezar diariamente los quince misterios del Rosario.
La celebración de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario
La intensa labor desarrollada por el Papa san Pío V en el corto tiempo de su pontificado (1566-1572), se concentró en las reformas pedidas por el concilio de Trento (1547-1563). Así publica el Catecismo Romano (1566); declara a santo Tomás de Aquino como “Doctor de la Iglesia”, para impulsar la renovación de la formación teológica de los clérigos en los seminarios (1567), publica el Breviario Romano (1568), y el Misal Romano (1570) en uso hasta la reforma del Vaticano II.
El propio Pío V, Antonio Ghislieri, fraile dominico que tomara el nombre de Pío al ingresar a la Orden en el convento de Voghera en 1518 con tan sólo catorce años de edad, se distinguió por un ardiente amor a la Madre del Señor. Siendo ya Sumo Pontífice, logró unir a los príncipes cristianos de su tiempo en una cruzada común contra los otomanos, que desde Chipre se disponían a invadir Europa penetrando por Nápoles al sur de Italia, logrando una célebre victoria naval en el golfo de Lepanto, el 7 de octubre de 1571. El Papa atribuyó la victoria a la especial protección de María en su devoción del Rosario, a quien había encomendado, junto con toda la Iglesia, la cruzada, y para conmemorar su patrocinio instituyó la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria que se celebró el primer domingo de octubre de 1572, y que el Papa Gregorio XIII confirmó con el título del Santísimo Rosario.
Años más tarde, Clemente XI extendió esta fiesta a toda la Iglesia Universal, y el Papa León XIII, llamado también el Papa del Rosario por medio de la Encíclica “Supremi Apostolatus” del 1 de septiembre de 1883, extendió la celebración de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario a todo el mes de octubre, como hasta hoy se celebra entre nosotros, siendo el Papa san Pío X, quien fijó definitivamente para toda la Iglesia Católica la fiesta el día 7 de octubre.
El 16 de octubre de 2002, el Papa Juan Pablo II publicó la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, sobre el Rosario de la Virgen María, en la que introduce cinco nuevos misterios, los Misterios de la Luz o Luminosos. Con esta Carta Apostólica, el Papa daba comienzo al “Año del Rosario”, que se extendió hasta el mes de octubre de 2003, ofreciéndolo especialmente por la paz en el mundo y en la familia.
Por Fr. Carlos Amado Luarca
Fuente: Dominicos Org Mx
Adaptado por tengoseddeti.org