Decía Santa Teresa de Jesús: “Humildad es andar en verdad.” Ella se refería a que la virtud de la humildad se entiende mejor al verte a ti mismo como realmente eres. Si tienes una opinión exagerada de ti mismo, o ves a los demás por encima del hombro, debes corregir.
En el Evangelio de hoy (Lucas 18, 9-14), el fariseo parece llevar una vida ejemplar, al menos eso se cree. Sin embargo, Jesús dice que no regresó a su casa justificado. Su oración no lo hizo más humilde, ni abierto a Dios, ni al prójimo. Parecería como si Dios debía darle gracias a él.
Por el contrario, el cobrador de impuestos tenía una imagen honesta de sí mismo, un pecador que, con su oración sincera, estaba volviendo a Dios. Reconocía que necesitaba de Dios.
Nos cuesta reconocer nuestros pecados. Por eso, no recurrimos a su misericordia más frecuentemente. Recordemos que todos somos pecadores, que necesitamos del amor de Dios, pero también, recordemos que somos profundamente amados por Él.
Cada vez que experimentamos la misericordia de Dios, crecemos en humildad, como cuando nos confesamos. La misericordia nos llena de alegría. El llamado es a olvidarse de uno mismo y volver la atención a Dios, amándolo a través del prójimo. Luego, nuestro deseo de servir a los demás crecerá, como respuesta de gratitud al experimentar toda su misericordia.
«¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.»
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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