El Evangelio nos presenta un servidor fiel, que ama tanto a su patrón, que se desvive por atenderlo y demostrarle amor y respeto. No se contenta con hacer lo mínimo, sino que se sacrifica y renuncia a su comodidad, por cumplir su voluntad.
Dice la Palabra hoy (Lucas 17, 5-10): «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»
Es posible que, para algunos, la idea de que debamos considerarnos ‘servidores’ sea un tanto extrema. Pero la realidad es que, todos los fieles debemos servir al Señor, con humildad, amor y devoción. Porque de esa forma, podremos experimentar la gracia y el poder de Dios.
Claro, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo, que nos da fuerzas para actuar con humildad y entrega verdadera. Además, nos revela algo de la majestad, la omnipotencia y la santidad de nuestro Dios, hasta transformar nuestro corazón.
Recordemos que las cosas del mundo son pasajeras y al final, se quedarán en este mundo. El servicio que hagamos, por amor a Dios, se acumulará en valiosos bienes espirituales, que perdurarán para nosotros por toda la eternidad. Ahí radica la fuente de la verdadera felicidad.
Cuando ores, pide al Señor como pidieron los apóstoles: «Auméntanos la fe.»
Decía San Agustín: “No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón.”
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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