El Evangelio de hoy (Mateo 21, 33-43), nos presenta la parábola de los labradores malvados, como una figura de la historia de la salvación.

Jesús vino al mundo obedeciendo la voluntad del Padre por amor a ti y a mí. Pero nosotros, a veces, nos comportamos como esos labradores. Por nuestro orgullo, en ocasiones, nos separamos del amor de Dios, pues pensamos que podemos nosotros solos, sin su ayuda. Recordemos a San Agustín: “Fue orgullo lo que transformó ángeles en demonios; es humildad lo que convierte hombres en ángeles”.
Miremos la segunda lectura (Filipenses 4, 6-9), «Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.» Y la promesa no puede faltar: «Y el Dios de la paz estará con vosotros.»
Veámoslo así: El llamado es a confiar. Podemos y debemos alimentar esa confianza y esa paz con la oración, el rezo del santo rosario y con los sacramentos.
Cuando nuestro corazón está en paz, las vicisitudes diarias no van a lograr quitarnos esa paz del corazón. Porque está ahí firme. Pero ¿y qué hacemos cuando llegan los grandes problemas? Pues aumentar la dosis de oración. Dice el Evangelio: «Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra.»
Quiero terminar con esta frase de Santa Teresa de Jesús: “Todo esfuerzo vale poco, si no dejamos de confiar en nosotros mismos, para confiar sólo en Dios.”
Gracias Señor porque sé que tú me sostienes.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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