El domingo pasado leíamos la parábola del hijo pródigo, o llamada, del Padre Misericordioso. Hoy, en el capítulo siguiente (Lucas 16, 1-13), vemos el relato del administrador infiel.
Ciertamente este relato está muy lejos del de la semana pasada. Jesús sabe que el perdón y la misericordia escasean en este mundo y nos lo demuestra a través de esta parábola.
Veámoslo así: nuestro ser materialista, procede con astucia cuando tenemos que tomar decisiones financieras. En cambio, como cristianos, no solemos buscar el Reino de Dios con dedicación o empeño.
¿Por qué somos indiferentes con las cosas del Reino y tan astutos para las cosas materiales? ¿Vivimos sólo para hacer dinero o para buscar la salvación de nuestra alma? ¿A qué le damos prioridad en nuestra vida?
Dice la Palabra: «No podéis servir a Dios y al dinero.»
La realidad es que es imposible amar a ambos al mismo tiempo. El uso que damos al dinero, debe reflejar la disposición de nuestro corazón a compartir lo que tenemos.
Muchas veces se nos dificulta ser generoso con el dinero. Nos justificamos argumentando lo mucho que nos cuesta ganarlo. Pídele al Señor que te libere del apego a los bienes materiales y te abra el corazón, poco a poco actuarás con generosidad y amor desinteresado.
Una vez le preguntaron a Santa Madre Teresa de Calcuta: ¿Cuál es nuestra mayor pobreza? Ella respondió: La falta de amor.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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