Hermanos, cuanta claridad encontramos en el Evangelio de hoy (Mateo 18, 21-35). Creo que Jesús lo explicó de manera sencilla, para que podamos entender.
Allí se nos presenta “a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados” y cuenta que “tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar perdonándole la deuda.” Luego, ese mismo empleado perdonado, encontró un compañero que le debía, pero no lo perdonó. Lo primero que pudiéramos pensar es, que mal hizo aquel empleado.
Pero, preguntémonos sinceramente, ¿no nos pasa a nosotros igual? Quizás tuviste alguna ocasión que, en lugar de perdonar, te dedicaste a buscar la manera de desquitarte aquello que te hicieron.
Recuerdo que, durante mi formación diaconal, nos insistieron que teníamos que sanar cualquier rencilla que quedara en nuestro corazón. Fui a mi director espiritual y él me aconsejó que, en oración, pidiera luz del cielo para que se me presentaran las ocasiones.
Hermanos, les cuento que fueron llegando las oportunidades propicias para perdonar y pedir perdón. De manera providencial me encontraba con personas que hacía tiempo no veía, pero no sólo eso, sino que nos encontramos en un ambiente favorable para la reconciliación.
Constantemente el Señor nos está ofreciendo su misericordia y su perdón. ¿No deberíamos hacer nosotros lo mismo? Recordemos el Padre nuestro: “Perdónanos como nosotros perdonamos…” Recordemos también las palabras de san Pablo en la segunda lectura: «Si vivimos, vivimos para el Señor…»
Dice Jesús fuerte y claro: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» Pide al Señor que te transforme y te ayude a sanar el corazón.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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