Recientemente estuve en la playa y observé cómo los pajaritos caminaban por la orilla en busca de comida. Cuando la ola se retiraba ellos se adentraban y cuando venía la ola, salían caminando rápidamente, para que no los alcanzara el agua.
Meditando sobre la sencillez de aquella escena, recordé el versículo que dice: “Miren las aves del cielo, no siembran, ni cosechan y el Padre las alimenta” (cfr. Mt 6, 26).
Precisamente, el Evangelio de hoy (Lucas 14, 1. 7-14) nos habla de humildad y sencillez. Actitudes que el mundo de hoy no comprende ni promueve.
El humilde cree en las promesas de Dios. Cree que Dios es bueno y encuentra en Él su fortaleza. El humilde pone su seguridad en Cristo para perseverar y superar las pruebas y sufrimientos. Es saberse beneficiario de Su generosa e inmerecida misericordia.
Lo opuesto es la arrogancia, la soberbia. Este piensa que él solo es capaz de lograr todo y superar las dificultades. En cierta manera menosprecia a Dios, se distancia y no comprende el significado del sufrimiento.
Santa Teresa decía: “La humildad es la verdad, y la verdad es que no tenemos nada bueno que no hayamos recibido de Dios”.
El llamado hoy es a salir de nuestro círculo cerrado de amigos y buscar al que necesita. Esto es dar, sin esperar nada a cambio. Dice la Palabra: «… dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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