En el Evangelio del domingo pasado, Pedro dijo quién era Jesús por ‘iluminación de Dios’ y no por lo que había oído por ahí. Podemos decir que, si quieres conocer a Jesús, amarlo y seguirlo, tienes que, en oración, pedir la iluminación.
En el Evangelio de hoy (Mateo 16, 13-20), Pedro como que habló a destiempo, pues no podía entender cómo aquello que explicaba Jesús, podría suceder. Pedro no es al único que le cuesta entender la voluntad de Dios. A nosotros nos pasa también. Porque vemos las cosas con los ojos del mundo y no con los ojos de Dios.
Jesús fue bien claro: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
Decir que sí estoy dispuesto a cargar la cruz es fácil, pero cuando esa cruz llega, nos lamentamos y hasta le cuestionamos a Dios. Puede suceder que nos apartemos de la oración, porque pensamos que Dios ya no nos escucha.
Pero cuidado, hay que hacer fuerza para retomar la oración. Demos gracias por el bien que Dios quiere de esa cruz; entreguémosle nuestro dolor, nuestro sufrimiento y nuestras miserias.
Visualicemos por un instante a Jesús cargando la cruz. Él no se quejaba ni se lamentaba, Él pensaba en ti y en mí, Él ofrecía su dolor.
Hermanos, no digo que sea fácil, digo que yo escojo irme del lado de Jesús y de la cruz. Entonces, digámosle como Jeremías: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir».
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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