Recuerdo una ocasión que tenía un problema bien grande. Yo no sabía qué hacer ni cómo resolverlo. De hecho, pensaba que aquel problema no tenía solución. Me estaba comenzando a rendir. Hasta que fui a la Capilla y de rodillas, frente al Sagrario, entendí que todo estaba en Sus manos. Jesús me pedía que confiara, que no tuviera miedo. Así lo hice, le entregué a Jesús aquel problema que me abatía. No fue un proceso fácil, pero fue de bendición. Al final todo se obró según la voluntad de Dios y entendí que era lo mejor.
En el Evangelio de hoy (Mateo 14, 22-33) vemos que Jesús nos llama a no volvernos esclavos de las preocupaciones, ni del miedo. ¿A dónde nos lleva esto? A la parálisis y una vez ahí es difícil salir. Pero no imposible.
Los discípulos sintieron mucho miedo, como nosotros en ocasiones. Pero la respuesta de Dios fue hermosa: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!» (v 27).
Más adelante Jesús le dice a Pedro: «Ven» (v 29). Pedro comenzó a caminar, pero de nuevo el miedo lo paralizó y comenzó a hundirse. Porque le quitó la mirada a Jesús. Hoy el Señor te llama a ti de la misma manera: «Ven».
Cuando le quitamos la mirada a Jesús y nos enfocamos en los problemas, nos hundimos en la duda, la tristeza, las preocupaciones, la impaciencia y la desesperación. Alguien me decía: Trato, pero me sigo enfocando en las preocupaciones. Entonces vuelve tu mirada a Jesús, que hoy te dice: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!»
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
Comentarios
NO HE VISTO LO QUE ME DICE MI ÁNGEL DE LA GUARDA O SEA LO QUE USTEDES ME HAN ENVIADO.
AMÉN.
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