A ti la Gloriosa, la Bendita, la Bienaventurada, la Misericordiosa, la Madre, la Señora, la Reina, coronada de gloria por tu Hijo y exaltada a lo más alto del cielo.
Tú, puerto seguro para todos los que navegan por nuestro mundo, mira con bondad a quienes somos de tu misma naturaleza, humanos y peregrinos aún por este valle, a veces tan oscuro. Míranos con tus ojos abiertos, grandes y compasivos.
Estamos viviendo un tiempo difícil, en el que no podemos dar cauce a la necesidad de abrazar, ni siquiera de dar la mano a quien queremos. Y a ti, Virgen asunta, te contemplamos con tu Hijo en brazos, rostro a rostro, en una expresión de ternura e intimidad que nosotros también necesitamos sentir.
Sabemos, por más que has sido elevada al cielo, que no te olvidas de los de tu raza, de aquellos por los que tu mismo Hijo ha padecido y entregado su vida; el mismo que te dio el encargo de que fueras nuestra referencia maternal.
Hay veces que, por quedarnos secuestrados en nuestras circunstancias personales, confinados no solo físicamente, sino en esa soledad del corazón herido, anhelamos y necesitamos la relación entrañable, amiga y comprensiva. Sé tú nuestra compañía para que no perezcamos en el aislamiento solitario.
El papa Francisco nos invita a que te invoquemos de forma más permanente como “Madre de misericordia”; “Madre de la esperanza”; “Consuelo de los migrantes”, aunque ya lo hacíamos en diversas oraciones, especialmente en la Salve: “Reina y madre de misericordia”; en cánticos piadosos: “Madre de la esperanza, del Amor más hermoso, rogad por nosotros”; y en la letanía lauretana: “Auxilio de los cristianos”, “Refugios de los pecadores”, “Consuelo de los afligidos”.
María, necesitamos superar el dolor, el miedo y la desesperanza. Muchas veces esto solo es posible sabiendo iluminar la prueba, anticipando el destello de la gloria que tú ya disfrutas.
Hoy nos alegramos de tu triunfo, después de haberte contemplado recorriendo un camino silencioso, abnegado, fiel, creyente, solidario, maternal y esperanzado.
Señora, para que podamos superar las noticias amargas, violentas, egoístas, mentirosas, especuladoras, desesperanzadas y fatalistas, envuélvenos con los suaves aromas de la verdadera belleza, de la luz de la verdad, de la fascinación estética, del bien hacer y decir, de la bondad de corazón, de los gestos solidarios, del canto armonioso, del testimonio creyente y magnánimo, anticipo de la bienaventuranza.
Virgen María asunta a los cielos, ruega por nosotros.
Fuente: artículo del mismo título en la página web del Monasterio de Buenafuente del Sistal.
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