¿Quién de nosotros no se siente cansado y agobiado? ¿Confundido, molesto, desganado? El Covid, la sequía, el polvo del Sahara, los temblores, la temporada de huracanes que comienza (estas son algunas de las cosas que hemos estado viviendo en Puerto Rico durante los pasados meses)… ¡cuántas cosas!
En el Evangelio de hoy (Mateo 11, 25-30) el Señor te llama directamente a ti: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré».
Ahora bien, piensa con calma, ¿cuál va a ser tu respuesta? Yo cierro mis ojos y comienzo como el Evangelio: “Te doy gracias Padre”, y luego alzo mis brazos para alabarlo hasta que me rindo a Sus pies.
Te cuento que este Evangelio me llena de paz, me llena de alegría. Pues percibo al Señor abrazándome, cargándome y, como decimos en mi tierra, me acurruca. Y siento el alivio que sólo viene de Él.
Ahora, miro sus llagas, los clavos, su costado, sus pies destrozados y le digo: ¡Te necesito Señor!
Esta Lectura me motiva a cargar con mi yugo, con alegría y aprender de Él, que es manso y humilde de corazón. Jesús quiere que sea su humilde servidor y fiel seguidor.
Señor, te entrego mi cansancio y mi agobio. Hazte cargo Tú, Señor, mientras yo voy a contarle al mundo cuan feliz soy desde que te conocí.
«Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío mi Rey» (Salmo 144).
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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AMÉN.
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