Ciertamente la vida está difícil para todos, pero hay momentos que se ve más difícil que nunca. Seguramente te has sentido sin ánimo ni fuerzas para luchar y te preguntas si Dios realmente se interesa por tu dolor.
Hermanos, las dificultades nos dejan exhaustos. Miremos la suegra de Pedro, dice el Evangelio, san Marcos 1, 29-39: «Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.»
El Salmo 146 dice: «Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.» Y más adelante dice: «Nuestro Señor es grande y poderoso…»
Recuerdo que hace unos meses, durante mi quebranto de salud y un día que casi no podía levantarme de la cama, el enemigo comenzó a azotarme con el recuerdo de pecados viejos, ya confesados. Las dudas y la culpa inundaron mi mente. Esto ocurrió en el marco de mi quinto aniversario de ordenación diaconal.
Entonces, en ese momento y providencialmente, recibí la llamada de un amigo sacerdote. Me dijo: “Jesús te ama a ti y me ama a mí, nos perdona, nos sana y nos escogió así, tal como somos.” Dijo además: “Richie, esto también me ha pasado, porque el enemigo no está contento con que tú seas diácono, ni con que yo sea sacerdote.” En ese momento sentí que Jesús me inundaba con su gracia y a mi corazón llegó su paz.
Jesús quiere para nosotros la sanación del corazón, una sanación profunda. Quiere darnos la fe para reconocer su sacrificio en la cruz y llevarnos así a una relación más íntima con Él.
Señor, quiero acercarme a ti y tener una relación más íntima contigo. Señor, ayúdame.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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