Tres cosas son necesarias para hacer una buena confesión y alcanzar el perdón sacramental: contrición, confesión y satisfacción.
La contrición es el arrepentimiento sincero por los pecados cometidos, y es el más importante de los actos del penitente. No puede haber perdón del pecado si no existe el arrepentimiento y el firme propósito de no volver a pecar. Decimos que la contrición es perfecta cuando está motivada por el amor a Dios, e imperfecta cuando se funda en otros motivos, como el miedo a la condenación.
La confesión es el acto de acusar nuestras faltas y pecados delante de Dios, a través del sacerdote. La confesión debe ser:
- sincera: sin querer engañar al Sacerdote, pues a Dios es imposible engañarlo;
- completa: sin callarse ningún pecado;
- humilde: sin altanería ni arrogancia;
- prudente: usando palabras adecuadas y correctas, y sin nombrar personas ni descubrir pecados ajenos;
- breve: sin explicaciones innecesarias, y sin mezclarle otros asuntos.
La satisfacción consiste en cumplir la penitencia que se nos impone y que tiene siempre un sentido medicinal y reparador. Es necesario cumplir con la penitencia impuesta, aunque se realice más tarde, esta es parte del mismo sacramento.
Las palabras de Jesús a Santa Faustina deben llenarnos de esperanza y confianza en la Misericordia divina,
“Di a las almas que es en el tribunal de la misericordia donde han de buscar consuelo; allí tienen lugar los milagros más grandes y se repiten incesantemente. Para obtener este milagro no hay que hacer una peregrinación lejana ni celebrar algunos ritos exteriores, sino que basta acercarse con fe a los pies de Mi representante y confesarle con fe su miseria y el milagro de la Misericordia de Dios se manifestará en toda su plenitud. Aunque un alma fuera como un cadáver descomponiéndose de tal manera que desde el punto de vista humano no existiera esperanza alguna de restauración y todo estuviese ya perdido. No es así para Dios. El milagro de la Divina Misericordia restaura a esa alma en toda su plenitud. Oh infelices que no disfrutan de este milagro de la Divina Misericordia; lo pedirán en vano cuando sea demasiado tarde” (Diario 1448).
La Confesión no es difícil, pero requiere preparación. Debemos comenzar con hacer una oración y ponernos en la presencia de Dios. Buscamos la sanación de nuestra alma y el perdón de nuestros pecados, a través del arrepentimiento y del propósito de no volver a pecar. Para esto necesitamos revisar nuestra vida a partir de nuestra última confesión: los pensamientos, palabras y acciones que no han estado conforme a lo que Dios nos pide a través de su Palabra y su Iglesia. Esta revisión se conoce como el “examen de conciencia”.
Comentarios
Hola…
Vos sabés que estoy preparando para que una persona cercana se confiese y antes que empiece a buscar estas clases de textos (para ayudarla en este sacramento que hace mucho no utiliza), vos ya lo subiste.. Espero sobre todo el del “examen de conciencia”…
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