En la vida de SAN PASCUAL BAILÓN (1540-1592) se cuenta cómo pudo convencer a un rico señor de Monforte (España) a perdonar. Dice así el protagonista del hecho, de acuerdo a las Actas del proceso de canonización del santo:
Era yo un niño y una tarde trajeron a casa el cadáver de mi padre, que había sido asesinado a puñaladas. Todos sabían quiénes eran los culpables, pero la carencia de pruebas no permitía obrar libremente a la justicia. Mi madre, mi hermano y yo, juramos vengar el crimen. Yo consideraba como un deber sagrado dar muerte al asesino y así pasaba un día y otro día, tramando proyectos de venganza… Pero mi madre y mi hermano, cediendo a instancias de su confesor y de nuestros amigos, se decidieron a retractarse del juramento. Y yo era el único que perseveraba fiel a la memoria de mi padre… A la edad de diecisiete años, era yo el terror de mis enemigos. Yo sabía esto y lo sabían también cuantos me rodeaban, temiendo siempre que llegara el momento. Pero yo no me daba prisa, porque estaba resuelto a llevar a cabo una venganza completa, atroz, inexorable… Las religiosas de Loreto, las personas más influentes de Monforte y otras más se habían tomado a pecho convertirme. Pero sus reflexiones no hacían más que exasperarme más y más. Hasta el extremo de amenazarles también a ellos…
Un día de Viernes santo, después del sermón sobre el perdón a los enemigos, Pascual (Bailón) me cogió por el brazo y me dijo:
– Hijo mío, se ve que no has presenciado la Pasión de Jesús. Perdona por el amor a Jesús crucificado.
Estas palabras, pronunciadas con acento lastimero…, me cautivaron. Y, entonces, subyugado, enternecido, sollozante, dije con labios trémulos por la emoción:
– Sí, padre mío, yo perdono por el amor de Dios.
– Hermanos, perdona, exclamó Pascual.
Y la gente, que estaba ansiosa, prorrumpió en el clamor frenético. Yo lloraba también. Lágrimas de fuego brotaban de mis ojos, yendo a caer sobre la mano del santo, que continuaba estrechándome entre sus brazos. Mientras tanto, el odio de tantos años se derretía en mi pecho como se derrite el hielo al ser herido por los rayos del sol. Al fin, me daba por vencido y ya no he vuelto a sentirme víctima de deseos de venganza.
Del libro “La alegría del perdón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena
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