Juan Bautista vio que el Espíritu Santo descendía sobre Jesús en forma de paloma y se convertía así en testigo del cumplimiento de la promesa de Dios. Juan bautizaba con agua y sabía que él no era más que un hombre de limitada capacidad. Sabía que Jesús era el Hijo de Dios, que había venido a bautizarnos con el Espíritu Santo y a redimirnos.
Juan, en el Evangelio de hoy (Juan 1, 29-34) dice: «Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
En nuestro Bautismo recibimos el poder del Espíritu Santo y estamos llamados a dar testimonio. Esto es, llamados a hablar de Jesús en nuestro diario vivir. Con lo que hacemos y decimos. Llamados a anunciar a los cuatro vientos que el Espíritu Santo es capaz de transformar nuestra vida.
Cuando en la Misa, el sacerdote repita las palabras del Evangelio de hoy: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»; responde como el centurión con alegría, “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Sabiendo que el Señor quiere y puede sanar tu corazón.
Luego, mirando a Jesús sacramentado dile como en el Salmo 39: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.»
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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