Hoy, segundo domingo de Adviento, la liturgia nos regala el Evangelio de san Marcos 1, 1-8. Vemos a san Juan el Bautista ‘una voz grita en el desierto,’ preparando el camino del Señor. Dice: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo.»
Juan Bautista no tuvo problemas en reconocer a Jesús como más grande que él. Estamos hablando de reconocerse pequeño y sencillo. Esto me recuerda a Santa Teresita: “Lo que agrada a Dios de mi pequeña alma, es que ame mi pequeñez y mi pobreza.”
Es precisamente ahí donde Dios se quiere encontrar con nosotros, cuando reconocemos nuestra pequeñez. No es en los éxitos o logros, sino en la fragilidad donde Dios quiere hablarnos.
Juan Bautista entendía esto perfectamente; además sabía que el arrepentimiento y la conversión son esenciales para seguir al Maestro. Hablamos de un cambio interior que se debe manifestar en nuestro exterior; es decir, en todo lo que hacemos y decimos. Juan Bautista lo supo y ahí radica su grandeza: en reconocer que «El Señor no tarda en cumplir su promesa» (2Pe 3, 9).
Te invito, en este Adviento, a reconocer sinceramente los cambios que debes hacer y te lances con confianza a los brazos de Jesús. Para que cuando llegue la Navidad, tengas tu corazón preparado y dispuesto a recibir nuevamente al Niño.
Déjate llenar del Espíritu Santo. Deja que toque tu corazón y te transforme. Hoy el Señor te mira con ternura y tú puedes decirle como el Salmo 84: «Muéstrame, Señor, tu misericordia y dame tu salvación.»
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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