El camino de Cuaresma 37

abre el corazón:
para entender a Dios
no sirven los razonamientos del mundo

La imagen de Dios que tenían los judíos era la de un Dios fuerte, un Dios guerrero: “Yahvé de los ejércitos”, leemos en el Antiguo Testamento. Esto era natural, ellos eran un pueblo pequeño que vivía rodeado de otros más grandes que trataban de imponerse por la fuerza. Su idea de la Providencia de Dios era que Éste debía darles la victoria sobre sus enemigos. Sin embargo, Jesús llega a cambiar esa idea y les muestra —nos muestra a nosotros también— el rostro misericordioso de Dios. Un Dios que es —ante todo— Padre. Un Dios que ama tanto, tanto, tanto a sus hijos que es capaz de entregarse Él mismo con tal de salvarnos. Claro, esto no lo entendían los judíos. Inclusos los mismo Apóstoles, ¡justo antes de la Ascensión le preguntan a Jesús si era en ese momento que iba a restaurar el reino de Israel!

Eso es parte de lo que sucede en el Evangelio de hoy… Jesús se les revela a los judíos como Dios, pero ellos no pueden comprenderlo. Más aún, lo toman por blasfemo y tiene la intención de apedrearlo. Para ellos, que esperaban un Mesías guerreo, era inconcebible que Jesús fuera ese líder político y militar que esperaban. Imagínate, ¡ellos pensando en espadas y Jesús invitándolos a poner la otra mejilla! Pues mucho más inaudito habrá sido cuando Jesús les dijo “Yo Soy” (que es como se traduce el nombre de Yahvé).

Hoy en día sigue pasando lo mismo que le pasó a los judíos. Tenemos ideas preconcebidas de Dios y creemos que su trabajo es librarnos de nuestros problemas y situaciones. Entonces, cuando no sucede lo que queríamos, nos rebelamos o pensamos que Dios no nos escucha. Fíjate, ante cada situación que enfrentamos, corremos el riesgo de querer resolverla por nosotros mismos o de pretender que Dios la resuelva a nuestra manera. Pero Dios no juzga como juzga el mundo, para Él lo más importante es la salvación de nuestra alma y todas sus gracias van a ir dirigidas a ayudarnos a crecer en santidad… aunque eso signifique que pasemos por pruebas difíciles.

En este día, dejemos a un lado lo que nosotros creemos, pensamos o queremos, y fijemos nuestra mirada y nuestro corazón en Dios con esta oración de San Benito:

PADRE bueno, te ruego:
dame una inteligencia que te comprenda,
un alma que te plazca,
un pensamiento que te busque,
una sabiduría que te encuentre,
un espíritu que te conozca,
un corazón que te ame,
un pensamiento que esté dirigido a Ti,
unos ojos que te miren,
una palabra que te guste,
una paciencia que te siga,
una perseverancia que te espere.
Amén.

Comentarios

  1. AMÉN.

    Pedro Arsenio Lavarreda Anleu

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