El camino de Cuaresma 26

acepta
el incomprensible e inmenso amor
de Dios por ti

Nuestro camino de Cuaresma se va acercando a la Pascua y la Iglesia nos quiere recordar que aunque éste es un tiempo de conversión, también es un tiempo de gracia y de alegría. Aún nos falta pasar por la Semana Santa, pero ya casi podemos sentir el triunfo de la Resurrección. Por eso este domingo —IV de Cuaresma— recibe el nombre de “Laetare”, que quiere decir “Alégrate”.

No hay una parábola más hermosa en toda la Biblia que la parábola del hijo pródigo (este es el pasaje evangélico que leemos en la Misa de hoy). Podríamos escribir muchísimo de sus simbolismos, de los personajes y sus reacciones… pero el tema central, lo más importante que Jesús nos quiere enseñar con esta pequeña historia, es que Dios nos ama de manera personal de la misma forma que un Padre —el más bueno y perfecto de los Padres— ama a sus hijos.

Olvidemos todos los detalles de la historia y fijémonos solamente en el Amor del Padre. Dice el texto que “… cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”. ¡Esto es precioso! El hijo fue quien tuvo la iniciativa de regresar, fue él quien dio el primer paso, ¡pero su Padre se lanza corriendo a su encuentro! Imagino el Corazón de ese Padre, que no ha dejado de pensar ni un segundo en su hijo perdido, que anhela su regreso y lo espera día tras día. Ahora lo ve en la distancia y no puede contener la alegría de tenerlo de vuelta. No hacen falta las palabras, el AMOR (con mayúsculas) corre al encuentro del pecador para perdonarlo. Ese AMOR del Padre es tan y tan y tan grande, que lo sana todo y lo perdona todo.

Tú y yo somos esos hijos que continuamente estamos apartándonos de nuestro Padre Dios. Vivimos poniendo nuestros caprichos y deseos antes que su AMOR. Pero hoy Jesús nos dice que el Padre no cesa de esperarnos y que no hay pecado —por grande que sea— que pueda superar el AMOR inmenso que Dios siente por nosotros.

Te invito a orar junto al Padre José María R. Olaizola (RezandoVoy.org)… y a decidirte hoy a regresar a los brazos amorosos de nuestro Padre Dios:

Desde lejos,
aterido, abrumado,
nostálgico, culpable.
Incapaz de mirarte, avergonzado
por los renglones torcidos de mi historia.
Indeciso. Atrapado tras el muro
que yo mismo he levantado.
Curvado sobre mí, cada vez más solo,
más triste, más roto.

“Vuelve a casa.”
“Vuelve conmigo.”
“Vuelve pronto.”
“Vuelve ahora.”

Tu canción se clava,
como flecha en mi entraña.
No hiere. No mata. Es el amor
salvando abismos para salvar personas.
Padre, he pecado contra Ti,
ya no merezco llamarme
hijo tuyo…

“Calla, y abrázame. Hijo mío”.

Desde cerca, reconciliado,
todo empieza de nuevo.

Amén.


El IV Domingo de la Cuaresma toma el nombre de “Laetare” por la primera palabras de la Antífona de entrada para la Misa de este día: “Laetare, Ierusalem…” o “Alégrate, Jerusalén…” (cf. Is 66, 10-11).

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