abre
tu corazón a los demás,
no lo endurezcas al dolor
o al sufrimiento del otro
Quisiera contarte una historia… Había un fraile franciscano que siempre frecuentaba la misma Iglesia y cada domingo, cuando salía, veía un pobre mendigo que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo. Contaba el fraile que aquel hombre, sucio y maloliente, estiraba su mano sin mirar, sin siquiera levantar la cabeza y sin decir palabra. ¡Era tan consciente de su miseria y estaba tan necesitado de compasión! La mayoría pasaban de largo, volteando la cara para el otro lado y haciéndose los que no le veían. Alguno que otro calmaba su conciencia dándole de lejos unas monedas… sí, de lejos, con asco, procurando no tocarle no fuera que se contaminaran con su miseria.
Nuestro amigo, el fraile, veía este desfilar cada semana. Un domingo se había quedado orando junto al Sagrario y cuando terminó su oración ya todos se habían ido. Solamente quedaban él y el mendigo sentado junto a la puerta. El fraile se acercó arrastrando los pies, pues padecía una discapacidad que le dificultaba mucho caminar. No tenía dinero, pero extendió su mano y la puso sobre la cabeza de aquel hombre regalándole la más tierna de las caricias.
El mendigo, sorprendido, levantó la cabeza para mirarle. Y mientras una lágrima corría por su mejilla le dijo: “¡Me tocaste! ¡Hace tanto tiempo que nadie me tocaba…!” Y se fue con tal alegría que el sacerdote, que miraba desde lejos, se acercó al fraile para preguntarle qué le había dicho porque nunca lo había visto así de feliz.
La misericordia es sentir el dolor ajeno, compartir el sufrimiento del otro, hacernos partícipes de su desventura y vencer la indiferencia que nos impide lanzarnos a hacer la diferencia. Esa es nuestra tarea de hoy, pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a ser instrumentos de la Misericordia que brota del Corazón de Jesús.
Unámonos en el rezo de esta oración tomada de las plegarias eucarísticas Vb y Vc:
Danos entrañas de misericordia
frente a toda miseria humana.
Inspíranos el gesto y la palabra oportuna
frente al hermano solo y desamparado.
Ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido.
Que tu Iglesia, Señor,
sea un recinto de verdad y de amor,
de libertad, de justicia y de paz,
para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando.
Que quienes te buscamos
sepamos discernir los signos de los tiempos
y crezcamos en fidelidad al Evangelio;
que nos preocupemos de compartir en el amor
las angustias y tristezas,
las alegrías y esperanzas
de todos los seres humanos,
y así les mostremos tu camino
de reconciliación, de perdón, de paz…
Amén.
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