Después de la Solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Es el Espíritu Santo quien nos revela y nos ayuda a comprender este Misterio de nuestra fe: uno solo Dios que se manifiesta en Tres Persona Divinas. En el Evangelio de hoy (Juan 3, 16-18), Juan, apóstol y evangelista, nos explica que el Amor de Dios por nosotros no conoce límites… y el diácono Richie nos invita a reflexionar sobre este gran Misterio.
«Tanto amó Dios al mundo…» (Jn 3, 16). Así comienza el Evangelio de hoy. Las Lecturas debemos personalizarlas. Esto es, donde dice ‘mundo’ pon tu nombre.
Ahora, parafraseando diría así: “Tanto amó Dios a —tu nombre— que entregó a su Hijo único para que yo no perezca, sino que tenga vida eterna.” Sí, son palabras serias.
Sigo parafraseando: “Porque Dios no mandó su Hijo para juzgarme, sino para que yo me salve.”
Cuando mi relación con Dios está bien, las demás relaciones también comienzan a mejorar. Pero cuando me aparto de Jesús, todo lo demás se afecta.
Dios me amó primero y quiere que me salve. ¿Pero cómo hago para experimentar el amor de Dios? Es tan simple como cerrar tus ojos y decir: Padre Nuestro… Fijándome detenidamente en cada palabra que digo. O decir: Dios te salve María… O mirar la risa de un niño. O ver un pájaro volar. O servir a un necesitado. O perdonar a alguien que juzgo no se lo merece.
Los padres, que somos imperfectos, amamos mucho a nuestros hijos, imagínate cuán grande es el amor de Dios, que es un amor perfecto.
Una vez escuché: ‘Tú no eres perfecto, pero eres especial. Alguien por quien Jesús supo que valía la pena morir’. Así de tanto te ama Dios.
¡Adelante con fe!
Diác. Richie
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