El Evangelio de hoy, tomado de san Juan 6, 24-35, me recuerda aquella cita de Santa Teresa del Niño Jesús que dice:
“Dios no baja del cielo todos los días para quedarse en un copón dorado, sino para encontrar otro cielo, que le es infinitamente más querido que el primero: el cielo de nuestra alma, creada a su imagen.”
Aquella gente había visto a Jesús multiplicando los panes y los peces y habían comido hasta saciarse. Pero ahora le piden una señal para creer. Durante el diálogo le dicen a Jesús: «Señor, danos siempre de este pan.» A lo que les responde: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
Jesús no sólo venía a saciar el hambre física, sino el hambre espiritual también. Es decir, Dios quiere alimentar a su pueblo con la Verdad, contenida en la Palabra y en los Sacramentos.
Al escuchar a Jesús hoy, experimentamos todo el amor que tiene por nosotros sus hijos y su deseo de alimentarnos el alma. Pero no podemos quedarnos ahí, esta iniciativa de Dios exige una respuesta. Entonces, ¿queremos que Jesús alimente nuestra alma?
En la Santa Misa, fíjate que el Señor nos ofrece primero la Liturgia de la Palabra, luego la Liturgia de la Eucaristía, en la que recibimos el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Este es el alimento verdadero y la bebida verdadera. Lo necesitamos para prepararnos para la vida Eterna.
Dice el Papa Francisco: “Además del hambre física, el hombre lleva consigo otra hambre, un hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. […] El Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida y vida eterna, porque la sustancia de este pan es Amor.”
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
Tienes algo que decir
Te invitamos a comentar, aportar, sugerir, elogiar, objetar, refutar... sobre los temas y artículos que aquí presentamos.
Sigue nuestro grupo de oración en Facebook.