Imaginemos la escena: Una turba de fariseos y escribas sobresaltados, fanáticos de la letra de la ley, aprovechan la oportunidad de presentarle una mujer sorprendida en flagrante adulterio, para tratar de confundir a Jesús y ponerlo contra la pared.
El Evangelio de hoy (Juan 8, 1-11) nos presenta la historia de la mujer adúltera. Jesús, en medio de aquel tumulto, comienza a escribir con el dedo en el suelo y con su acostumbrada claridad, desarmó a los acusadores y salvó a la mujer. Les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
Dice la Palabra que ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno. Jesús preguntó por los acusadores, pero al ver que ya ninguno la acusaba, le dice a la mujer: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
No sabemos qué pasó después con aquella mujer. Podemos suponer que, ante este hermoso encuentro con Jesús, ella hizo un cambio en su vida. Así pasa cuando experimentamos la misericordia de Dios, que nos renueva, transforma nuestro corazón y nos ayuda a ser más misericordiosos con los demás.
El Papa Francisco dijo recientemente: “Confesarse es dar al Padre la alegría de volver a levantarnos. En el centro de lo que experimentaremos no están nuestros pecados, sino su perdón”.
Ya falta poco para la Semana Santa. Jesús te invita a acercarte a la Confesión. Él te mira con misericordia y compasión, ábrele tu corazón.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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