Hoy es un día de contemplar la cruz. De mirar al Cristo crucificado y dolernos con el dolor y sufrimiento del Señor. En la celebración litúrgica de este día escucharemos solemnemente el relato de la Pasión. Tal vez oiremos el Sermón de las Siete Palabras, o rezaremos el rosario a Nuestra Señora de los Dolores u otra de las devociones que la Iglesia nos propone para este día. Todo eso está muy bien, pero corremos el riesgo de quedarnos solamente en la imagen doliente de Jesús…
No quiero que me malinterpretes, Jesús murió por ti y por mí. Fue un sacrificio inmenso y la más dura de las imágenes se queda corta en describir la maldad que se desató aquel día sobre el Señor. Esta muy bien meditar sobre eso… de hecho, no sólo está bien sino que es necesario para comprender todo lo que Jesús pasó por nuestra culpa. ¡Sí! Por nuestra culpa, porque aunque no estuvimos allí, parados en el pretorio, nosotros también pedimos su crucifixión, y lo azotamos, y los coronamos de espina, y cargamos la cruz sobre su espalda, y clavamos sus manos y pies cada vez que pecamos. Pero todo eso es consecuencia de algo mucho mayor…
Fíjate, Jesús no tenía que pasar por todo eso. Decimos que una sola gota de su sangre hubiera bastado para redimir a toda la humanidad, ¡y es cierto! Pero Jesús no quería derramar solamente un gota… Él quería darlo todo: ¡TODO! Y lo dio todo por AMOR.
Hoy, al contemplar la cruz, corremos el riesgo de quedarnos en la imagen doliente de Jesús… cuando en realidad lo que debemos ver es un AMOR tan inmenso, tan profundo y tan perfecto, que lo entregó TODO por nosotros.
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AMÉN.
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