
Alguien me compartía que siente miedo a lo que puede pasar después. Y hoy, al revisar las Lecturas, me remonto a aquella conversación.
Dice la Primera Lectura: «Yo mismo apacentaré mis ovejas… Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas…» (Ezequiel 34, 15-16). El Señor dice “Yo mismo”. Es una promesa. ¡Hermoso!
Mientras, el Evangelio (Mateo 25, 31-46): «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones», y continúa «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo».
Promesas claras y hermosas que no sólo me hacen querer estar más cerca de Él, sino que me hacen también soñar con el mañana. Despiertan en mí confianza y esperanza por lo que ha de venir.
Hoy es la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Y me pregunto: ¿Qué me falta para hacer de Jesucristo mi único Rey? ¿Qué cambios concretos debo hacer? Puede ser lo que miro por internet, mis ratos de oración, mi relación con la familia, la caridad, entre otros.
Oremos con confianza el Salmo 22: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar». El Señor es mi pastor, nada me falta… El Señor es mi pastor, nada me falta…
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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