En el año 304 dC fueron apresados un grupo de cristianos en Abitina, en la actual Túnez, porque habían sido sorprendidos celebrando la eucarística dominical… esto estaba prohibido y el castigo era la muerte… así que fueron llevados ante el juez… y a la pregunta de por qué lo habían hecho, respondieron: “Sine dominico non possumus!” (Sin el domingo no podemos)…
El don de la Eucaristía es el don de Dios mismo… Jesucristo que se hace presente en medio de su Iglesia… para alimentarla, sostenerla, sanarla… por eso hoy, al igual que aquellos primeros cristianos, no podemos vivir sin el don de la Eucaristía… sin el don de Jesucristo vivo y presente en medio de nosotros…
Les cuento esto porque en estos días tuve la visita de una hermana evangélica pentecostal en nuestra página de Facebook… originalmente comenzó cuestionando nuestra devoción a la Virgen y los dogmas marianos… pero el pequeño debate se extendió a otros aspectos del catolicismos… y ella, con voz triunfante, dijo haber sido católica… pero que se había ido porque ya se sabía la Misa de memoria y se aburría en ella… en la iglesia evangélica, en cambio, había “hablado en lenguas” y “sentía bonito”…
Me estuvo curioso esto… pues el culto evangélico siempre es “lo mismo”… se lee la Palabra, se escucha una predicación y se alaba al Señor… así que lo que la hermana decía, más que una razón, era una excusa… y mostraba el desconocimiento que tienen muchos católicos sobre qué cosa es la Misa…
En primer lugar… la Misa no es nuestra, sino de Dios… nosotros no asistimos a la celebración de la Eucaristía para “sentir bonito”… sino para darle culto a Dios de la manera que Él nos enseñó en la Última Cena y que los verdaderos cristianos han estado haciendo por dos mil años…
Además… la estructura de la Misa es siempre la misma, pero las oraciones que elevamos al Padre, a través de Jesucristo y con el poder del Espíritu Santo son distintas… lamentablemente, hay muchos católicos que están en cuerpo… pero su mente y su alma andan vagando fuera del templo…
No pretendo dar una explicación ni ir detalladamente por cada parte de la Misa… pero sí mostrarles la importancia de estar atentos y de unirnos a las oraciones que hacemos durante la celebración… de hecho, esa es la forma en que nosotros, la asamblea, participamos de la Misa… uniéndonos al sacerdote que nos preside en el culto que damos a Dios…
Al comienzo de la Misa… pedimos a Dios que nos perdone por nuestras faltas y errores… pero para eso hay que abrirle el corazón de par en par… necesitamos estar conscientes y pedir perdón con verdadero arrepentimiento… si lo hacemos, la Misericordia de Dios nos arropa, perdonando y sanando nuestras heridas… por eso nos lanzamos en una alabanza a la Santísima Trinidad en el Gloria…
La liturgia de la Palabra es el momento en que Dios nos habla… recordemos que la Palabra de Dios «es viva y eficaz» y «no retorna a Él vacía»… pero para que actúe, debemos escucharla con atención… debemos dejar que eche raíces en nuestra alma… y hacerla vida en nosotros…
Una parte muy importante de la celebración es la oración de los fieles… ese es el momento en que todos, unidos como un solo corazón, elevamos nuestras peticiones al Padre… pedimos por la Iglesia… por nuestra comunidad… por aquellos que están más necesitados… y por nosotros mismos… Jesús nos dijo que “cuando dos o más se pusieran de acuerdo para pedir algo en su Nombre, Él nos lo concedería”… eso es lo que hacemos en ese momento… estamos escuchando las peticiones, haciéndolas nuestras y pidiéndole a Jesús que las lleve al Padre…
Durante el ofertorio, el sacerdote presenta a Dios los dones eucarísticos: el pan y el vino, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo… durante esa parte, nosotros también presentamos a Dios una ofrenda de aquellos bienes que Él mismo nos ha confiado a través de nuestros trabajos… pero el ofertorio no debe quedarse ahí… es momento, también, de ofrecerle al Señor nuestros problemas y necesidades… nuestros pecados y flaquezas… nuestras angustias y tristezas… también nuestras alegrías, nuestros anhelos, nuestros propósitos y nuestra disposición para servirle… en fin, es el momento de presentarle a Dios toda nuestra vida… de ponerla en la patena y el cáliz, junto al pan y al vino… para que cuando el Espíritu Santo venga sobre ellos… nos transforme a nosotros también, en una ofrenda agradable a Dios…
Durante el prefacio le damos gracias a Dios por todo lo que tenemos y somos, pues todo lo hemos recibido de Él… en especial, le damos gracias por el don de su Hijo… que se hará presente en medio de nosotros como «Pan de Vida»… alimento espiritual que nos da «vida eterna»…
La plegaria eucarística nos lleva al momento de la Pasión… y la consagración es Jesucristo mismo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por nuestros pecados… es el momento del Calvario… y ante esa realidad mística que se devela ante nosotros, no podemos permanecer impasibles… es momento de estar de rodillas y de unir nuestra alma a la de María, que es traspasada por la espada del sufrimiento junto a la Cruz…
Luego de la consagración… nos unimos a Jesucristo, vivo y resucitado, que nos invita a elevar esa oración que Él mismo enseñó a los Apóstoles… y después del Padrenuestro… nos abrazamos con el símbolo de la Paz, dejando que la Paz de Jesús se pasee por toda la asamblea…
Finalmente, llegamos al momento más grande y más sublime en la vida de un católico: poder llegar a recibir a Jesús Sacramentado en la Comunión… “comer” a Dios… fundirse en abrazo con Él… dejar que Él me llene y poder decir con San Pablo, «ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí»…
Al concluir, el sacerdote nos bendice y nos envía al mundo… para ser reflejo de Jesucristo y dar testimonio de Él… esa es la Misión del cristiano, anunciar la Buena Nueva a todas las gentes… y esa es la encomienda que recibimos antes de marcharnos…
La Misa no se trata de nosotros, sino de Dios… no se trata de “sabérsela de memoria”, sino de vivirla a plenitud… y no se trata de “sentir bonito”, sino de hacernos uno con nuestro Dios y Salvador… por eso, sin la Eucaristía no podemos vivir…
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