Una fiesta que no empezó a celebrarse ayer …
Hacia la primera mitad del siglo IV, el nacimiento de Jesús se celebraba en Oriente el 6 de enero con el nombre de “Epifanía”, en Occidente el “Natalis Domini” –nombre que le daban en Roma– era celebrado el 25 de diciembre.
El día de Navidad aparece por primera vez en Roma en el documento llamado “Cronógrafo Filocaliano” (calendario litúrgico) que data del año 336.
Pero ¿realmente el nacimiento de Cristo fue el 25 de diciembre?
La respuesta es: no lo sabemos. Pero la falta de conocimiento de la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo en ningún modo disminuye la importancia de celebrar la realidad histórica y trascendental de que “el Verbo Eterno se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1,14) para salvarnos. Lo importante no es la fecha exacta sino el hecho.
Raíces judías y paganas de la fiesta
Lo que si está claro es que, cerca de la antigua fiesta judía de las Luces (o de las Chozas), y buscando dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de invierno (la fiesta de la victoria del sol sobre las tinieblas o la Natalis Invicti), la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad, el nacimiento de Aquel que se proclamó “la luz del mundo” (Juan 8,12).
El 25 de diciembre, día del solsticio de invierno, pues, establece una relación entre el simbolismo bíblico luz-tinieblas (Juan 1,5) y Cristo, sol victorioso e invencible que disipa las tinieblas (Lucas 1,78).
Los Padres de la Iglesia hablan de la Navidad
San Agustín conocía bien esta fiesta pagana del “Natale solis invicti”, ya que habla de ella en uno de sus sermones:
“Hay que celebrar, dice, este 25 de diciembre como un día de fiesta, no por ese sol que vemos nosotros lo mismo que los infieles, sino por causa de quien creó el sol” (Sermón 190).
Según San León Magno, no importa tanto el hecho pasado sino lo que sucede en cada Navidad. Cristo actúa en cada Navidad. Por eso la llama el “sacramento del día de la natividad de Cristo”:
“… aprendemos a considerar la Natividad del Señor, este misterio del Verbo hecho carne, menos como el recuerdo de un acontecimiento pasado, que como un hecho que ocurre ante nuestros ojos” (Sermón 9 sobre la Navidad).
No se trata aquí de un vuelo literario; efectivamente, en el Sermón 8 sobre la Natividad, San León precisa todavía más su pensamiento:
“… si recurrimos a esta indecible condescendencia de la misericordia divina que inclinó al Creador de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la naturaleza de Aquél a quien adoramos en la nuestra”.
Hay en esta celebración una especial actividad de la gracia. Es lo que permitía decir a San León inmediatamente antes:
“Hoy el misterio de la Natividad del Señor brilla ante nuestros ojos con resplandor más vivo”.
“Hasta aquel día (25 de diciembre) crecen las tinieblas y desde aquel día disminuye el error y viene la verdad. Hoy nace nuestro sol de justicia”.
Y San Máximo de Turín afirma:
“Este día es el nacimiento de Cristo vulgarmente llamado el nuevo sol … Con gusto aceptamos este modo de hablar porque con el nacimiento del Salvador resplandece no sólo la salvación del género humano, sino también la luz del sol”.
¿Celebraron los Apóstoles la Navidad?
No. Del mismo modo que no celebraron la Pascua anual (la Semana Santa). Lo único que se celebraba en la Iglesia apostólica era el Domingo, la Pascua semanal. Con el paso del tiempo, los Padres de la Iglesia, los mismos que atestiguan la existencia de una fiesta de Navidad, comenzaron a celebrar la Pascua anual. Aunque esta segunda fiesta, la Pascua, es más antigua que la primera, del mismo modo que en el Nuevo Testamento son más antiguos los pasajes que hablan de la Muerte y Resurrección de Cristo que los que recuerdan su Concepción, Nacimiento e Infancia.
Las palabras de Jesús “Hagan esto en memoria mía”, los Apóstoles las entendieron, en primer lugar, con referencia a la Eucaristía semanal y luego las extendieron también a la conmemoración anual del Misterio Pascual.
¿Mandó Cristo que se celebrara su Nacimiento?
Alguno podría objetar que el Señor mandó a celebrar la Pascua, pero no su Nacimiento. Y es verdad, pero hay que tener en cuenta que en la Iglesia de los primeros tiempos la Navidad era una fiesta que no tenía un sentido muy distinto del de la Pascua. Veamos como se expresa San León al respecto:
“… (La Navidad es) el día elegido para el misterio (sacramentum) de la restauración del genero humano en la gracia”.
Sin embargo, la Navidad, aun teniendo un fuerte contenido pascual, no es una repetición inútil de la Pascua. La Navidad hace presente el punto de partida de nuestra salvación. Es un anticipo de la Pascua. El Nacimiento en Belén no es lo esencial de la celebración. Es más bien la ocasión que el objeto mismo de la fiesta. Su objeto es ya el misterio total de la Redención, es decir, el Misterio Pascual anunciado.
El aspecto de la Pascua que subraya la Navidad
La Navidad destaca el gran acontecimiento de la Encarnación la cual tiene como finalidad la Redención (Filipenses 2,6-11). Pone de manifiesto que la unidad de las dos naturalezas completas de Cristo en la Encarnación es de capital importancia para nosotros:
- Sin la Encarnación, la Redención no habría tenido resultado y además habría sido imposible si Cristo no hubiera sido totalmente hombre (Gálatas 4,4), y si no hubiera sido al mismo tiempo totalmente Dios (Juan 6,38).
- Por otro lado, la Encarnación de Cristo es el elemento necesario para la comprensión de todos los sacramentos, pero sobre todo de la celebración de la Misa.
- Celebrar la unión intima de las dos naturalezas de Cristo, el día de su nacimiento según la carne, no es algo indiferente para nosotros; supone no sólo una toma de conciencia cada vez mayor de la altura a que ha sido elevada la naturaleza humana.
- El hecho de la Encarnación del Verbo trastorna, pues, mis actitudes presentes. No tengo ya la misma humanidad que antes. Lejos de quedar disminuida, ha adquirido una dignidad que únicamente la fe puede apreciar, pero cuya realidad es singularmente grandiosa. Si la humanidad recibe así en sí misma, de la Encarnación, esta dimensión divina, la recibe igualmente en todas sus actividades.
Para finalizar…
Nos es necesaria la Navidad, pero vale la pena celebrarla. Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo, verdadero Sol Invicto, irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.
La Iglesia en su papel de Madre y Maestra al mandarnos a celebrar esta Solemnidad nos ofrece también toda la gracia de este acontecimiento salvador. Por ello, sería bueno que todos los cristianos vivamos con recto sentido la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.
Fuente:
Padre Gustavo Fernández Cáceres
Parroquia Nuestra Señora de Lourdes
La Unión-Ezeiza, Buenos Aires, Argentina
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