Moisés es una figura fascinante… Su historia le lleva lejos de su pueblo –un pueblo que apenas conocía–, para hacer su vida en una tierra extraña. Allí, sin esperarlo, Dios le llama desde una zarza ardiente. Conversa con él. Le muestra su amor por su pueblo. Y le envía para liberarlos. Moisés se humilla, se rehúsa, pone excusas, cuestiona, pide. Al final, Dios le revela su Nombre… ¡se deja conocer por Moisés!
Cuantas veces nosotros nos comportamos como Moisés y nos rehusamos a hacer la Voluntad de Dios: le cuestionamos, le reprochamos y hasta nos enojamos con Él. Se nos olvida que Moisés se humilló… y es en la humildad donde está la clave para entablar una verdadera amistad con Dios.
De Moisés podemos aprender que «orar» es «hablar con Dios». Junto a la zarza ardiente, Dios inicia una verdadera conversación con Moisés y le confía una misión. Moisés pone objeciones y hace preguntas. Finalmente Dios le revela su nombre sagrado. Así como entonces Moisés adquirió confianza con Dios y se dejó tomar del todo a su servicio, así también debemos orar nosotros y entrar en la escuela de Dios.
Conocemos la historia del Éxodo y todos los portentos que Dios hizo por medio de Moisés. También conocemos su largo caminar por el desierto, guiando al pueblo hacia la Tierra Prometida. Durante todo este tiempo, Moisés oraba… y oraba… y oraba…
Reza por el faraón cuando Dios, con las plagas, trataba de convertir el corazón de los egipcios (cf. Ex 8–10); pide al Señor la curación de su hermana María enferma de lepra (cf. Nm 12, 9-13); intercede por el pueblo que se había rebelado, asustado por el relato de los exploradores (cf. Nm 14, 1-19); reza cuando el fuego estaba a punto de devorar el campamento (cf. Nm 11, 1-2) y cuando serpientes venenosas hacían estragos (cf. Nm 21, 4-9); se dirige al Señor y reacciona protestando cuando su misión se había vuelto demasiado pesada (cf. Nm 11, 10-15); ve a Dios y habla con él «cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (cf. Ex 24, 9-17; 33, 7-23; 34, 1-10.28-35).
Al igual que Abraham, Moisés intercede ante Dios luego de la apostasía del pueblo. Pero él va un paso más allá… se pone en la brecha y se ofrece a sí mismo junto con ellos: «o perdonas su pecado o me borras del libro que has escrito».
En Moisés, que está en la cima del monte cara a cara con Dios y se hace intercesor por su pueblo y se ofrece a sí mismo —«o me borras»—, los Padres de la Iglesia vieron una prefiguración de Cristo, que en la alta cima de la cruz realmente está delante de Dios, no sólo como amigo sino como Hijo. Y no sólo se ofrece —«o me borras»—, sino que con el corazón traspasado se deja borrar…
Los argumentos de su oración servirán de inspiración a los grandes orantes judíos y cristianos: Dios es amor, por tanto, es justo y fiel, no puede contradecirse y debe acordarse de sus maravillas, su Gloria está en juego y no puede abandonar al pueblo que Él mismo se ha elegido.
Pero aún hay algo más que podemos aprender de la oración de Moisés. Aún queda algo más en ese «cara a cara» con Dios. No sé si te ha pasado, pero cuando tienes un amigo de mucho tiempo, hay momentos que se miran y ambos saben lo que el otro está pensando. Así era la amistad de Moisés con Dios: «Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo». Moisés es el prototipo de la oración contemplativa… es el siervo que se abandona confiadamente en los brazos de su Señor y su mirada se pierde en la Mirada de su Amo. Así, perdida su mirada en La Mirada, ya no hacen falta las palabras. Moisés subía al Monte a encontrarse con su Amigo y, más que hablar, escuchaba lo que Él quería decir. Al bajar, su rostro resplandecía al punto que todos lo notaban.
Así tiene que ser nuestra oración, un abandonarnos completamente en los brazos de Dios. Con confianza absoluta, más que siervos, como hijos… como se abandona un niño pequeño en el regazo de su Padre. Una oración que no termina nunca, porque nuestra mirada siempre está puesta en la Suya y nuestro corazón siempre es un reflejo de su Misericordia.
Las citas “indentadas” en este artículo pertenecen al YouCat y a una catequesis de Benedicto XVI sobre la oración de Moisés.
Comentarios
Oración contemplativa éxodo 3, 1 -15
Excelente! Estas reflexciones, las 3, estan muy buenas!
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