Una mujer le contaba al padre Roberto DeGrandis: Mi madre tuvo tres abortos después de que nací. Continuamente se me recordaba que yo también debía haber sido abortada, pero algo no resultó como habían planeado y yo nací. En nuestra casa había tres frascos grandes de vidrio llenos de formol y en esta sustancia se encontraban tres bebés abortados, en distintos niveles de desarrollo. Estaban allí como piezas de exhibición. Cuando me portaba mal, me recordaban rápidamente que yo también podía haber terminado en uno de esos frascos como mis hermanos.
Yo misma tuve cuatro abortos antes de casarme y, a los veinte años, era adicta a las drogas y al alcohol. Intenté suicidarme siete veces, al no comprender por qué tenía que vivir una vida sin sentido. Mi esposo, a quien habían elegido mis padres, era ateo.
En cierta ocasión, un sacerdote me enseñó una oración que dio un vuelco a mi vida: “Jesús, que tu ser fluya en mí; que tu cuerpo y tu sangre sean mi alimento y mi bebida”. Después que murió mi amigo sacerdote, un pastor evangélico se hizo amigo mío y me enseñó a amar la Biblia. Fui bautizada en su Iglesia, pero no estaba satisfecha, pues esa Congregación no creía realmente en las palabras: Que tu cuerpo y tu sangre sean mi alimento y mi bebida.
Mientras tanto, me diagnosticaron leucemia. Esto, sumado a la diabetes, que venía padeciendo desde hacía veinte años. Sabía que la clave para mi sanación era poder encontrar un lugar donde pudiera recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. Lo encontré en una iglesia católica durante una misa de sanación, a la cual asistí con una amiga… Fui aceptada en la Iglesia católica en mayo de 1985.
Cuando conocí al padre DeGrandis en 1985, me dijo que debía perdonar a mi padre por todo lo que me había maltratado y herido de niña. Comencé a repetir la oración del perdón. Y, en un retiro, fui sanada de la diabetes, y de la leucemia mejoré notablemente. Ahora doy gracias a Dios por brindarme una segunda oportunidad. En especial, doy gracias por permitirme recibirlo en la Eucaristía: Tomad y comed esto es mi Cuerpo (Mc 14, 22).
En este caso, el amor de Jesús Eucaristía sanó sus heridas interiores, la liberó del autorrechazo y de su deseo de suicidarse, pudiendo vivir en adelante con alegría, aceptando su vida como un regalo de Dios.
Del libro “La alegría del perdón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
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