Veamos otra historia: En 1993, yo era enfermera, vivía en Florida y tenía 36 años. Acostumbraba por las noches dar de comer a todos los gatos de la vecindad. Un día a las 11:30 p.m. fui a darles de comer y, cuando regresé a casa, encontré a un hombre en la cocina. Yo lo había visto antes, pues era un vecino y sabía que no era buena persona. Él estaba allí para violarme y matarme. Tenía un rifle y un cuchillo. Yo vi el cuchillo de mi cocina y lo cogí para defenderme, pero casi no recuerdo nada más. Él me golpeó con el rifle y me hirió muchas veces con el cuchillo y me estranguló con sus dedos sobre mi garganta, ocasionándome muchas hemorragias y la muerte clínica.
Parece que un vecino oyó mis gritos y llamó a la policía. Mi atacante era sordomudo y sólo huyó, cuando vino la policía. Felizmente, los policías me hicieron masajes al corazón y me resucitaron. Me llevaron al hospital y allí tuvieron que hacerme una traqueotomía. Al quedar como muerta, pasé por un túnel oscuro y llegué a un lugar increíblemente hermoso. Había muchas bellas flores y todo era maravilloso. Entonces, vino un hombre con vestidos blancos y luminosos. Parecía un ángel y me dijo: “Estamos contentos de que estés aquí”. Yo le respondí: “Mi familia también me necesita”. Entonces, él me dijo: “Muy bien, puedes regresar, pero tienes que hablar sobre esto”. Y no he parado de hablar desde entonces.
Mi experiencia del más allá fue un regalo de Dios, a pesar de todos los sufrimientos, pues quedé desfigurada y con muchas heridas. Sin embargo, he podido perdonar sinceramente al hombre que me asaltó. Ahora no juzgo a la gente. Ahora trato de hacer el bien a todos y perdonar siempre.
La doctora Elisabeth Kübler-Ross dice: Una vez encontré a una mujer negra, que trabajaba en la limpieza del hospital donde yo estaba. Ella era muy ignorante, nunca había ido a una escuela superior. Pero tenía algo que yo no sabía qué era y que la hacía extraordinaria. Cada vez que ella entraba a la habitación de un enfermo moribundo, algo sucedía y yo hubiera dado un millón de dólares para saber el secreto de esta mujer. Un día, la encontré en el pasillo y le pregunté: “¿Qué hace usted con mis pacientes moribundos?”. Ella se sorprendió por la pregunta y dijo: “Yo no hago nada, yo sólo limpio su habitación”. Pero me abrió su corazón y me habló de su dramática historia. Ella había crecido en un barrio muy pobre. Pasaban hambre, no tenían medicinas… En una ocasión, ella se sentó en el hospital con su hijo de tres años, esperando al médico, pues su hijo estaba muy enfermo. Y su hijo murió de neumonía en sus brazos, esperando, porque no lo habían querido atender a tiempo. Ella me dijo todo esto sin resentimiento, sin ira y sin odio. Y continuó: “Usted sabe, doctora, la muerte no me es ajena. Algunas veces, cuando entro en la habitación de un moribundo, ellos parecen muy asustados. Yo no puedo ayudarlos, pero me acerco a ellos y los toco con cariño y les digo: No es algo tan terrible. Dios te ama”.
Dice Bill Wild: Vivía en la sección judía de Varsovia, con mi esposa, nuestras dos hijas y nuestros tres hijitos. Cuando los alemanes llegaron a nuestra calle, pusieron a todos en fila contra la pared y abrieron fuego con las ametralladoras. Les supliqué que me permitieran morir con mi familia; pero, como yo hablaba alemán, me pusieron en un grupo de trabajo… En ese momento, tenía que decidir si odiar o no a los soldados que habían hecho eso. Yo era abogado y, en el ejercicio de mi profesión, había visto con demasiada frecuencia lo que el odio podía hacer a la mente y al cuerpo de la gente. El odio acababa de matar a las seis personas más importantes del mundo para mí. Por eso decidí entonces, que pasaría el resto de mi vida, sin importar si eran pocos días o muchos años, amando a cada persona que tuviera contacto conmigo.
Simon Wiesenthal estaba en un campo de concentración y un día se le acercó una enfermera y lo llevó delante de un oficial joven de la SS que estaba muy grave. El oficial le dijo que le pesaba el crimen que los soldados a su mando habían hecho al quemar y matar a 300 judíos, y añadió: Sé que es terrible; pero, mientras espero la muerte, siento la urgencia de hablar con un judío sobre esto y pedirle perdón de todo corazón.
Wiesenthal dice: De pronto, lo comprendí y, sin decirle una palabra, salí de su habitación. Había comprendido que perdonar significaba tomar la decisión de renunciar al odio y a la venganza.
Del libro “La alegría del perdón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
Comentarios
Atodos os recomiendo comprar este libro.-“¡Porque isrrael? selo recomiendo incuso al Padre angel Peña a todos les gustara. es muy barato es de Mariu .- Maria Baralt y os encantara y aprendereis mucho de las cosas que Jesús nos mando hacer.
Esun libro de alto valor estiritual y aprendereis mucho. A mi me fue muy bien y por eso oslo recomiendo. José Cesar.-
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