Cuenta el padre Dennis Linn que un día lo llamó una profesora a las tres de la mañana, diciéndole que ya no tenía ganas de vivir y pensaba suicidarse. Cecilia, que así se llamaba, vivía sola y no podía soportar más su soledad y su vida de profesora con problemas con los padres de los alumnos. Estaba realmente deprimida y no veía salida a su situación. Pero sus problemas venían desde niña. Había vivido una infancia dolorosa. A los cuatro años, murió su madre y tuvo que vivir 15 años, aguantando a un padre violento y alcohólico. En la escuela, no rendía mucho, porque tenía que hacer las tareas del hogar. De mayor, no solía salir de casa y ningún hombre se interesó especialmente por ella, quedando soltera. Y dice:
Cuando vino por la mañana a hablar conmigo, después de su llamada nocturna, la vi muy cansada y deprimida. Le pregunté cuáles habían sido los momentos más felices de su vida y me dijo que habían sido tres. Tres momentos en los que había permanecido junto a enfermos moribundos y los había ayudado con su oración y compañía a bien morir.
Entonces, se me hizo claro que Cecilia tenía el don de entender a los moribundos, porque había experimentado en sí misma mucho sufrimiento y mucho miedo. Los moribundos, a veces, tienen dificultad para perdonar a quienes los han decepcionado y muchos sufren de soledad, abandonados en las manos de médicos y enfermeras. Ella sabía lo que era ser abandonada y lo difícil que es perdonar a su padre alcohólico y a los padres de sus alumnos, que se quejaban continuamente. Poco a poco, Cecilia pudo perdonar y salió de la depresión y ahora dirige en el hospital una unidad donde se prepara al personal que debe estar en contacto con los moribundos.
El mismo padre Dennis Linn dice: Durante un retiro, Inés me pidió rezar por ella, porque tenía inflamación de la retina y no veía por el ojo derecho. Además, le habían dicho varios doctores, a quienes había consultado, que el problema podía pasar también al ojo izquierdo. Cada año iba al oculista y le confirmaban que no podían hacer nada por el ojo derecho y que el izquierdo se estaba deteriorando poco a poco.
Le administré la unción de los enfermos y oré por ella. Lo primero que ella hizo fue perdonar de corazón a su padre, que había cortado toda comunicación, cuando ella se fue a estudiar enfermería hacía 45 años. Siempre había sentido la falta de un padre cariñoso en su vida y, a pesar de haberse olvidado de su padre, en el fondo le guardaba rencor. También se sentía culpable por haber vivido 45 años sola. Al tercer día del retiro, perdonó a su padre, que había muerto hacía 15 años; comprendió que su soledad había sido un motivo para estar siempre en busca de Dios y dar su cariño como enfermera a tantos enfermos. Se sanó de aquella herida interior al perdonar a su padre y comenzó a ver bien con el ojo derecho hasta el punto que, en la misa de ese día, pudo leer el evangelio con sólo el ojo derecho. Y dijo a todos que ella había recobrado la vista a medida que, en aquellos días de retiro, había perdonado a su padre de haberla abandonado. Y dijo: “Ahora puedo agradecer a Dios de haber sido casi ciega, porque esto me ha permitido venir a este retiro, que me ha dado la curación de los recuerdos dolorosos, la gracia del perdón y una verdadera paz y felicidad.
Del libro “La alegría del perdón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
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