Imaginemos que estamos solos en una habitación y llaman a la puerta. Vamos a abrir y vemos que es Jesús que quiere hablar con nosotros. Le invitamos a entrar, le damos una silla para sentarse. Y Él nos dice que se sentiría muy feliz de que perdonemos a la persona que más odio tenemos (pensemos un momento en esa persona concreta).
Después, Jesús nos recuerda con amor algunas frases del Evangelio: Lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hacéis (Mt 25, 40). Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda (Mt 5, 23-24). Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen… Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? (Mt 5, 43-47). Si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras faltas (Mt 6, 14). Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian… Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados… La medida que uséis con otros, la usarán con vosotros (Lc 6, 27-38).
Si alguien dice: Amo a Dios, pero no ama a su hermano, es un mentiroso, porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20). El que ama a su hermano está en la luz, pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas y en tinieblas anda sin saber a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos (1 Jn 2, 10-11). Amaos los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros (Jn 13, 34-35). No tengas miedo, solamente confía en Mí (Mc 5, 36).
Después de oír a Jesús, tocan a la puerta; vamos a abrir y vemos que es nuestro peor enemigo. Le hacemos entrar. Él nos pide perdón en nombre de Dios. ¿Qué haremos? ¿Le negaremos el perdón? Démosle un abrazo de perdón y reconciliación y digámosle de corazón: Yo te perdono en el Nombre de Jesús. Él te juzgará, yo no quiero juzgarte. Yo te perdono. Que Dios te bendiga.
Y Jesús, que está presente, nos abraza a los dos y los tres sellamos nuestra amistad con el amor y la paz que Jesús pone en nuestros corazones.
Del libro “La alegría del perdón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
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