Hoy, la Liturgia nos regala la Parábola del Hijo Pródigo, o del Padre Misericordioso, como solemos llamarle, que encontramos en Lucas 15.
Una lectura que presenta grandes contrastes. Por un lado, una vida llena de oscuridad, distancia, ira y resentimiento. La frialdad del ojo que juzga y critica fuertemente, representada en el hijo mayor.
Por otro lado, el arrepentimiento, perdón y la reconciliación llevaron al hijo menor a vivir una vida llena de luz. Qué bonito es identificarse con el hijo menor que regresa a los brazos de su padre. Pero si profundizo, me doy cuenta de que me puedo identificar también con el hijo mayor.
Seamos sinceros, a veces nos sentimos cómodos en nuestro papel de caprichosos y celosos. Así vamos contagiando a otros. Es bastante fácil mantener escondido al hijo mayor que habita en cada uno de nosotros, que con cualquier pequeña provocación sale a la superficie.
Precisamente de esto se trata la batalla espiritual, de caminar hacia la luz cuando la oscuridad es tan real. Dice P. Henri Nouwen en el libro, El Regreso del Hijo Prodigo: “El padre sabe que es el hijo el que debe elegir, aunque él le espera siempre con los brazos abiertos”.
Así te espera a ti. Anda, en esta Cuaresma el Señor te espera, da el paso para acercarte.
«Gustad y ved qué bueno es el Señor» Salmo 33.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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