Insólita canonización (el cirineo nuestro de cada día)

Insólita canonización (el cirineo nuestro de cada día)

El viejo Giacomone tenía una casa en las afueras del pueblo, con un banco de carpintero y un colchón de virutas en el que dormía. Comer no era problema, con un poco de pan y queso se las arreglaba; el problema era beber. Porque Giacomone acababa borracho todas las tardes. Una vez hizo un negocio excepcional, cuando murió la vieja que vivía en el primer piso de la casa de enfrente de la suya. La buena mujer le encargó que distribuyera todo lo que tenía entre sus nietos y sobrinos. Giacomone lo hizo, y al final sólo quedó un gran crucifijo de madera de casi metro y medio de altura.

—¿Y qué hacemos con eso?, dijo uno de los herederos a Giacomone señalando el crucifijo.

—Yo creía que tú lo querías.

—No sabría dónde meterlo —dijo el heredero—. Mira a ver qué puedes hacer con él, parece muy antiguo…

Giacomone había visto muy pocos crucifijos en su vida, pero de cualquier manera estaba dispuesto a jurar que aquel era el más feo que había visto nunca. Se lo echó a la espalda y fue de casa en casa, pero nadie lo quería. Así que se lo quiso devolver al heredero, pero éste se lo quitó de encima diciendo:

—Quédate tú con él, yo no quiero saber nada. Si te dan algo por él mejor para ti.

Giacomone dejó el crucifijo en el taller, y en la primera ocasión en que se quedó sin un duro volvió a ir de casa en casa con el crucifijo, a ver si le daban algo por él. Entró en la taberna y lo dejó en una esquina. Al tabernero, que le pedía que le pagase todo lo que le debía, le mintió: Una señora rica me ha dado palabra de comprármelo. En cuanto cobre, te lo pago todo.

Borracho, Giacomone volvió a su casa con el crucifijo a cuestas. Y así, un día tras otro, iba de taberna en taberna. Hasta que, viendo que no lo vendía, se puso en camino de peregrinación a Roma con el Cristo a cuestas. Nadie le negaba un poco de pan y de vino. En un pueblo celebraban un banquete de bodas, y Giacomone se coló y se puso ciego de vino.

Cuando empezó a despertar de la borrachera, salió a los caminos con el crucifijo a cuestas. Pero empezó a caer una nevada tremenda y, cuando se quiso dar cuenta, no sabía dónde estaba, se había perdido. Se detuvo al amparo de una gran piedra. La resaca había pasado por completo. Nunca había tenido su cerebro tan claro. Miró a su alrededor y no había nada más que nieve, y la nieve seguía cayendo. Miró al Cristo apoyado en la roca, y le dijo:

—En menudo lío os he metido, y estáis todo desnudo, ¡con la que está cayendo!

Se quitó el pañuelo del cuello y limpió la nieve que caía sobre el crucifijo. Luego, se quitó su tabardo y se lo puso al Cristo.

A la mañana siguiente encontraron a Giacomone, que dormía el sueño eterno, acurrucado a los pies de Cristo. Y la gente no entendía cómo era que Giacomone se había quitado su tabardo para cubrir al crucificado.

El viejo cura de la aldea se estuvo largo rato mirando aquella estampa, luego hizo sepultar a Giacomone y mandó grabar sobre una piedra estas palabras:

Aquí yace un cristiano,
no sabemos su nombre, pero Dios lo sabe,
porque está escrito en el libro de los bienaventurados.


Fuente: Devocionario.com (adaptado por tengo sed de Ti)

Este cuento apareció publicado en Alfa y Omega el 19/04/2001. El cuento pertenece al libro de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro titulado “Don Camillo, il Vangelo dei semplici”.

El cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, comenta este relato bajo el título “Insólita canonización”, y escribe: No debemos olvidarlo jamás: a pesar de la alergia religiosa de la cultura dominante, entre todo lo real, lo más real es Dios. Nada tiene de extraño que descubramos en este relato fulgores teológicos dignos de los más profundos pensadores cristianos: al comienzo, el Cristo —el más horroroso crucifijo del universo— es para Giacomone sólo un objeto inesperado y molesto. Luego, poco a poco, se va convirtiendo en Alguien, en una persona concreta y viva, con la que se riñe, y a la que se le acaba poniendo el propio abrigo. Al final, Cristo no es sólo un amigo, es un hermano al que ayudar, defender, y amar.

Comentarios

  1. Saludos,hermoso ,gracias
    La Paz Contigo … y con los tuyos.

    Luis Enrique Villahermosa-Lorenzo
  2. AMÉN.

    Pedro Arsenio Lavarreda Anleu

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