Jesús en el Evangelio de hoy (Lucas 13, 1-9) nos hace un llamado. «… Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Pero también aparece dándonos una nueva oportunidad, «a ver si da fruto».
La parábola de la higuera nos muestra a un Dios que es paciente y misericordioso, y el salmista está de acuerdo: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (Salmo 102).
Dios, con su inagotable paciencia, nos da numerosas oportunidades para acercarnos a Él con arrepentimiento y comenzar a dar el fruto que produce la vida divina. Y, ¿cuál debe ser nuestra respuesta?
Nosotros, una vez conscientes del inmenso amor que tiene Dios por nosotros, debemos aceptar el llamado. Esto es rechazar el pecado y vivir para Cristo. Somos llamados a una conversión de corazón, lo cual no es poca cosa.
Conversión es hacer los cambios necesarios para acercarme al Señor. Conversión es caminar hacia la santidad, buscando y haciendo la voluntad de Dios. Conversión es vivir según el Reino de Dios, que implica, amar al prójimo, porque quien ama al prójimo también ama a Dios. Conversión no es el fin, sino el camino para alcanzar la gloria de Dios.
Decía Santa Teresita: “Mi alegría es cumplir siempre la santa voluntad de mi Jesús, mi único y sólo amor. Así, vivo sin miedo, amo el día y la noche por igual”.
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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