Imagínate tú en un desierto. Allí estás, solo y sin las cosas que te dan seguridad. En el desierto no hay nada que te distraiga. Ese es el ambiente perfecto para encontrarte con Jesús.
En el Evangelio de hoy (Marcos 1, 1-8) vemos a Juan Bautista ‘una voz grita en el desierto’, preparando el camino del Señor. Dice: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias».
Juan Bautista reconoció a Jesús como más grande que él. Hablamos de reconocerse pequeño y sencillo.
¿Estas viviendo hoy la soledad de un desierto? No te desesperes. Deja que Jesús te hable, escúchalo. Tu problema, por grande que sea, entrégaselo.
El Señor es más grande que tu problema. Juan Bautista lo supo y ahí radica su grandeza. Reconocer que «El Señor no tarda en cumplir su promesa» (2 Pedro 3, 9).
Déjate llenar del Espíritu Santo. Deja que toque tu corazón y te transforme. Hoy el Señor te mira con ternura. Tú puedes decirle, parafraseando el Salmo 84: «Muéstrame, Señor, tu misericordia y dame tu salvación».
¡Adelante con fe!
Diácono Richie
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