A comienzos del siglo 20, en Polonia, Jesús le reveló a Sor María Faustina Kowalska —Santa Faustina— el mensaje de la Divina Misericordia. Un mensaje que siempre ha estado presente en la enseñanza de la Iglesia, pero que se hace más relevante y necesario en nuestro tiempo. Las conversaciones entre Jesús y Santa Faustina están contenidas en su diario, y entre su legado se encuentra la Coronilla, la Novena (que terminamos ayer, sábado de la octava de Pascua), la Imagen y la Fiesta de la Divina Misericordia, que celebramos hoy.

Es mucho lo que se ha escrito sobre Santa Faustina y esta devoción, pero en realidad nada puede substituir lo que ella misma nos dice en su Diario. Hoy te invito a rezar con una de las oraciones que ella nos comparte:
Oh Dios de gran misericordia, bondad infinita, hoy toda la humanidad clama, desde el abismo de su miseria, a Tu misericordia, a Tu compasión, oh Dios; y grita con la potente voz de la miseria. Dios indulgente, no rechaces la oración de los desterrados de esta tierra.
Oh Señor, bondad inconcebible que conoces perfectamente nuestra miseria y sabes que por nuestras propias fuerzas no podemos ascender hasta Ti, Te imploramos, anticípanos Tu gracia y multiplica incesantemente Tu misericordia en nosotros para que cumplamos fielmente Tu santa voluntad a lo largo de nuestras vidas y a la hora de la muerte.
Que la omnipotencia de Tu misericordia nos proteja de las flechas de los enemigos de nuestra salvación, para que con confianza, como Tus hijos, esperemos Tu última venida, ese día que conoces sólo Tú. Y a pesar de toda nuestra miseria, esperamos recibir todo lo que Jesús nos ha prometido, porque Jesús es nuestra esperanza; a través de su Corazón misericordioso, como a través de una puerta abierta, entramos en el cielo (Diario, 1570).
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