El árbol de hoja perenne

Se dice que si se entra tarde en la noche, en un bosque de árboles de hojas perennes, podemos escuchar los árboles hablando. En el susurro del viento sorprenderá a los pinos más viejos asegurando a los pinos mas nuevos el porque nunca tendrán una forma perfecta. Siempre habrá una rama doblada aquí y allá… El árbol de hoja perenne

Hace mucho, mucho tiempo que los árboles de hojas perennes eran perfectos. Esto era particularmente cierto en un pequeño reino en Europa, más allá de los Montes Cárpatos. En el primer sábado de Adviento, la Reina enviaba sus obreros al bosque real en busca del árbol más perfecto. Este, luego, reinaba en el castillo, brillando decorado con cirios. Mientras el tronco de Navidad crujía, la familia real y los campesinos cantaban alrededor del árbol en un ambiente de celebración.

En el bosque silencioso todos los árboles se disputaban ese gran honor. En una noche fría, cuando la luz brillante de la luna brillaba sobre la nieve, un pequeño conejo saltaba sobre los árboles, palpitando con pánico. Más allá de la colina se escuchaban los aullidos de los perros de la aldea, en la emoción por la temporada de la caza. El conejo buscaba frenéticamente un refugio para protegerse, pero no encontró nada en los troncos. Daba vueltas más y más ligero mientras se incrementaban los aullidos de los perros. Los árboles se encogían ante tal interrupción (cuando estaban en la mejor etapa de su crecimiento).

Entonces, un árbol pequeño se estremeció. De todos los árboles más nuevos, este prometía ser el mejor de todo el bosque. Todo lo relacionado con este, desde su color verde mar hasta las delicadas curvas de sus ramas, eran perfectas. Pero ahora… el arbolito hundía sus ramas inferiores en la tierra… y antes de que los perros babeantes llegaran, el conejo encontró un lugar seguro en medio de las ramas. En la mañana el conejo encontró su conejera. Pero el pequeño pino casi no podía levantar sus ramas. Sin importarle mucho; quizás una pequeña irregularidad no se notaría mucho.

Luego una poderosa tormenta de nieve azotó aquella tierra. Los aldeanos bajaron las cortinas, mientras que los pájaros y demás animales se acurrucaban en sus nidos y guaridas. Un carrizo, arrasado por el viento, buscó desesperadamente un santuario entre los árboles perennes, pero cada uno de ellos apretó sus ramas, protegiéndose de la tormenta. Finalmente, el agotado pajarito cayó exhausto en el pequeño pino. El corazón del pino se abrió e igualmente lo hicieron sus ramas, y así el carrizo durmió muy cálidamente dentro de ellas. Pero al pasar la tormenta, el pino tuvo dificultad en reorganizar sus ramas. Había ahora un vacío mayor.

El invierno se hizo más intenso, trayendo consigo un viento muy fuerte nunca antes visto en las montañas. Un cervato pequeño, que se había alejado de su madre, se acercó a los árboles en busca de protección en contra del viento. Pero los árboles abrieron sus ramas al viento para evitar ser dañadas por el mismo. Nuevamente el pequeño pino sintió compasión y cerró sus ramas con fuerza, formado una muralla en la cual el cervato se pudo acurrucar. Pero, lamentablemente, cuando el viento cesó, el pequeño pino había perdido permanentemente su forma, y una gota de resina brotó del tronco de la rama. Ahora nunca más podía esperar ser honrado.

Perdido en sus pensamientos, el pequeño pino no llegó a ver la buena Reina venir al bosque en su trineo para escoger el mejor árbol. Cuando ella vio el pino pequeño, se enfureció. ¿Qué hace un árbol con tales defectos en el bosque real? Estuvo casi lista a deshacerse de él, pero se detuvo súbitamente y lo volvió a observar. Mientras lo contemplaba, notó las huellas de animales pequeños que habían encontrado albergue bajo sus ramas y las plumas en el lugar donde había reposado un pájaro. Y cuando estudió el enorme hueco en su lado y el tronco azotado por el viento, su corazón se llenó de entendimiento.

“¡Este!,” indicó ella. Y para asombro del bosque, el pequeño pino fue llevado al castillo. Todos decían que era el mejor árbol de Navidad que se habían tenido porque cuando vieron sus ramas retorcidas y gastadas, muchos vieron el brazo protector de su padre, el seno consolador de la madre y, algunos, como le ocurrió a la Reina, vieron el amor de Cristo expresado en la tierra.

Por tanto si caminas hoy en medio de los árboles de hojas perennes, encontrarás, junto a los conejos, los pájaros y otras criaturas vivas, ramas marchitas que proveen cubierta, huecos que son lugares de descanso, y formas inclinadas por haber luchado con los vientos.

Ya que, al igual que nosotros, los árboles han aprendido que las heridas que se sufren por el bien de los demás hacen a uno más hermoso a los ojos de Dios.


De la historia “Why christmas trees aren’t perfect”, por Richard H. Schneider.

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