La semana pasada hablábamos sobre las lecturas y decíamos que era como si Dios mismo nos hablara a través de ellas. Esto se hacía especialmente evidente durante el Evangelio, pues se trata del mismo Jesucristo, la Palabra encarnada, quién nos habla directamente a nuestro corazón. Después de las lecturas, durante la homilía, el sacerdote nos ayuda a hacer “vida” eso que Dios nos acaba de decir.
Esto nos lleva a nuestra cápsula de hoy… ¿Cómo vamos a responder a esa Palabra que hemos escuchado? Y la respuesta es muy simple, ¡respondemos proclamando nuestra fe! “¡Creo, Señor! ¡Creo en Ti! ¡Creo en tu Palabra…! ¡Y creo en el maravilloso misterio de la Eucaristía que estamos a punto de celebrar!”
El Credo lo rezamos en las Misas dominicales y cuando celebramos alguna solemnidad, y, como ya dijimos, es como una respuesta de nuestra fe a las exhortaciones que Dios nos hace. Lo que posiblemente no te has dado cuenta es que hay tres maneras en las que podemos profesar muestra fe. Por ejemplo, durante la Vigilia Pascual (también se usa en los bautismos y confirmaciones) se hace en forma de preguntas a las que respondemos “Sí, creo”. Las otras dos son el Credo de los Apóstoles, una versión muy antigua y más corta; y el Credo Niceno-Constantinopolitano* que es un poco más largo que el anterior y data del siglo IV. Pero no importa cuál sea la versión del Credo que usemos, siempre lo proclamamos de pie, pues de esa forma expresamos la firmeza de nuestra fe.
Otro gesto hermoso que hacemos durante el Credo es una pequeña inclinación cuando nos referimos al misterio de la Encarnación. El Credo largo dice: “y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. A mí esto me llena de asombro, pensar que Jesús se hizo hombre, rebajándose de su condición divina para hacerse igual a nosotros—igual a ti y a mí—¡me parece algo sorprendente y digno de toda reverencia!
Pero, ¿sabes algo? Más que unas verdades que profesamos, el Credo es una oración donde Dios nos revela su amor y su misericordia. Por eso, la próxima vez que vayas a Misa, no te limites a repetir las palabras sin pensar. Al contrario, rézalo… y, sobre todo, ¡vívelo!
¡Feliz domingo y feliz Eucaristía!
*Se llama así porque fue aprobado en los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381). Ambos concilios aclararon las dudas sobre la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo contra algunas herejías que hubo en aquel tiempo.
Estas pequeñas cápsulas están inspiradas en el app iMisa y el libro “La misa: antes, durante y después”, ambos del Padre José Pedro Manglano, y otras fuentes.
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