Hace algunos años alguien me ofendió grandemente. Yo me sentía herido y traicionado. Para complicarlo, esta persona nunca me pidió perdón, lo que hace más difícil el proceso de perdonar. Me dije, el tiempo sana las heridas, así que demos tiempo.
Me di cuenta que estaba equivocado, pues al paso de un año, aquella herida estaba todavía fresca, como el primer día. Claro, porque no es el tiempo el que sana, es Cristo Jesús.
Mi director espiritual me dijo: reza por esa persona. ¿Qué?, respondí. ¿Qué rece? ¿Con lo que me hizo? No podía creer lo que me pedía, aun así decidí intentar.
Les confieso que al principio fue difícil. Casi no me salían las palabras y solo pensaba en aquella injusticia que se cometió contra mí. Pero a medida que iba orando, día a día, mi corazón iba sanando, hasta que aquella herida desapareció. Cristo sanó mi corazón. Me sentí libre.
El Evangelio de hoy (Mateo 5, 38-48) nos llama a orar por los que nos persiguen. Te invito a tratar. Verás tu corazón sanar.
Todos fallamos en esto de amar. Pero eso no es razón para dejar de intentarlo. Recuerda que el Espíritu Santo habita en ti.
Ánimo, que aunque esté oscuro y llueva fuerte, Jesús camina a tu lado.
¡Adelante con fe!
Diác. Richie
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AMÉN.
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