Nací en provincia y a los 16 años viajé al DF para estudiar. Llegué a la ciudad de México con mi maleta llena de ilusiones y de sueños, con ganas de triunfar y de alcanzar el éxito.
Me alojé con una tía que era lesbiana. Allí comencé a impregnarme de muchas ideas y empecé a experimentar un fuerte rechazo a la Iglesia a pesar de que mi familia es católica y soy bautizada.
Con mi tía viví experiencias muy fuertes, incluso hasta llegué a tener dudas sobre mi sexualidad. Pero como buena emprendedora, quise reafirmar mi inclinación saliendo con varios hombres. Desde los 18 años comencé a tener relaciones sexuales y me ponía a pensar: “total, si me afecta o me embarazo, no pasa nada, aborto y ya”.
A los 21 años estudiaba la carrera de comunicaciones en la UNAM; era una mujer completamente alejada de Dios, liberal y altanera; continuaba con mis aventuras ya que había logrado que mi papá me comprara un departamento… Hasta que un día quedé embarazada.
Cuando esto ocurrió, no me alteré ni espanté, recordé aquellas ideas liberales y pensé algo así como lo que hoy se dice: “no puedo tener un bebé ahora porque interfiere con mi proyecto de vida”… así que decidí abortar.
Pero con mi bebé murieron también todas mis ilusiones… creo que ese día yo misma me asesiné; me hundí en un infierno de tristeza y vi mi proyecto de vida destruido.
Fueron 20 años de insomnio: iba a un psicólogo y a otro, eran unos momentos de histeria y pánico. Durante las clases en la facultad me salía del salón sin ningún motivo, me ponía muy nerviosa y corría a los jardines a buscar un lugar solitario para poder llorar. En la casa, sin saber porqué, no podía dormir en las noches y varias veces escuché el llanto de un bebé… me sentía terrible, era un dolor interminable y una tristeza espantosa.
Tuve que dejar la carrera porque reprobé todas las materias, así que comencé a trabajar, pero no podía conservar un empleo por más de tres meses debido a las crisis que me atacaban.
Precisamente por eso hace unos días me dio mucho coraje cuando leí la declaración de una mujer que decía: “Dejen que las mujeres aborten en paz”. ¡Que tontería! no saben a donde están aventando a las mujeres.
Caí en todo: brujería, vacío, soledad… aún no encuentro las palabras para explicarlo.
Años más tarde me casé y me fui a vivir a Cancún. A un costado de la casa donde habitábamos había una capilla, cuyo sonido de las campanas, los cantos, la Misa entraban por mi ventana. Pero mi dureza y miedo no me dejaron entrar ahí. Por mucho tiempo permaneció así.
En una ocasión, cansada de la vida, decidí entrara al templo y confesarle al sacerdote todo lo que me estaba ocurriendo. En ese momento me regresó la paz, porque el sacerdote me enseñó a perdonarme a mí misma.
Poco a poco fui encaminando mi vida y en ese sentido mi esposo fue uno de mis pilares, nunca me juzgó ni me criticó, y sé que le duele también porque a él le gustaría que yo tuviera una paz plena.
Por lo que hice con mi bebé sé que no merecía tener un título, no merecía tener un hijo tan hermoso ni un esposo como los que ahora tengo.
Cuando me casé no me podía embarazar, pero le pedí a Dios que me diera la oportunidad de tener una vida en mis manos y que esta vez no lo iba a defraudar. Y Dios me concedió a mi hijo que actualmente tiene cinco años.
Cuando regresé a México mi vida estaba cambiando, de la mano de Dios, porque gracias a Él encontré nuevamente el rumbo de mi vida y ahora pienso que el niño que no quise tener está en el cielo.
He contado en mi parroquia este testimonio, pero quiero que más mujeres jóvenes lo escuchen, no quiero que nadie sufra la muerte humana -que yo viví- ni que pierdan la paz.
Autor: Laura Díaz de Gómez
El testimonio está tomado de la página de la Arquidiócesis de México, Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México, SIAME.