Reconciliándonos con Dios | pecados veniales y mortales

Un pecado serio grave o mortal es la violación con pleno conocimiento y deliberado consentimiento de la Ley de Dios en una materia grave, por ejemplo, idolatría, adulterio, asesinato o difamación. Todas estas son gravemente contrarias al amor que debemos a Dios y, por Él, a nuestro prójimo.

O sea, que para que un pecado sea mortal se quieren tres condiciones:

  1. que el “acto” sea de materia grave;
  2. pleno conocimiento;
  3. y deliberado consentimiento.

El pecado mortal se llama mortal porque es la muerte “espiritual” del alma (separación de Dios). Si estamos en un estado de gracia nos hace perder esta vida sobrenatural. Si morimos sin arrepentirnos, lo perdemos a Él por la eternidad. Sin embargo, si volvemos nuestro corazón a Él y recibimos el Sacramento de la Reconciliación, nuestra amistad con Él queda restaurada. Por esto, no está permitido recibir la Santa Comunión si se tienen pecados mortales sin confesar.

Los pecados veniales son pecados leves, pero aunque no rompen nuestra amistad con Dios, si la debilita. El pecado venial impide el progreso del alma, son como pequeñas piedritas que van haciendo cada vez más difícil nuestro caminar y, si les dejamos sin atender, poco a poco nos van haciendo más vulnerables al pecado mortal. Se trata de una negligencia, vacilación o tropiezo en el seguimiento de Cristo.

San Josemaría Escribá de Balaguer decía,

“La confesión, hijos míos, es la manifestación más hermosa del Poder y del Amor de Dios. Un Dios que perdona… ¡¿no es una maravilla?! Es un Sacramento que limpia, purifica, enaltece y diviniza: que nos da fuerza para salir adelante en los caminos de la tierra, que nos pone en condiciones de ser eficaces.”

Una historia que nos puede ayudar a entender

Sister Briege McKenna, en su libro “Los milagros sí ocurren”, cuenta sobre una de las muchas imágenes que regularmente recibe del Señor… veamos lo que nos cuenta sobre el pecado y cómo actúa en nuestras vidas:

Una noche, desperté sobresaltada. Al hacerlo miré al techo y ahí, como si fuera una pantalla de cine, vi la imagen de un hermoso jardín. Éste tenía muchas flores y entre las flores había pequeñas hierbas.

El Señor me dijo: “Briege, ésta es tu alma”. Las flores representaban las virtudes que yo estaba tratando de cultivar en mi esfuerzo por ser santa. Pero, al caminar por el jardín admirando las flores, miré las hierbas y me dije: “Son muy pequeñas y no causarán ningún daño”. Me vi a mí misma dándoles una palmadita a las hierbas a la vez que les decía: “No voy a ocuparme de ustedes, son tan sólo pequeñas hierbas”.

Entonces el Señor me dijo: “Estas hierbas representan el pecado. Tú te estás comparando con todo el mal que hay en el mundo… pero tú no estás llamada a compararte con el mundo, tú estás llamada a compararte Conmigo. Yo soy tu modelo, no el mundo. No debes aceptar tu pecado jamás, por pequeño que pueda parecerte”.

Ustedes saben como es esto, oímos hablar de cosas terribles que suceden en el mundo y luego pensamos: “yo no asesino ni robo; no trafico con drogas, ni vendo mi cuerpo en prostitución, etc”. Pero eso no era lo que Jesús esperaba de mí.

La enfermedad más grande en nuestra sociedad no es la enfermedad del cuerpo, sino la del alma. Y esta sólo puede ser sanada por el Médico Divino. El Señor me mostró que el Sacramento de la Reconciliación es el medio que Él utiliza para erradicar el pecado. En este sacramento, Jesús vivo viene a combatir al enemigo de nuestra alma.

El Padre Frank Sullivan, profesor de teología en la Universidad Gregoriana de Roma, me dijo una vez: “Si quieres saber lo que Dios piensa del pecado, lee la Pasión de Jesús”. Pero en la Pasión, además de ver que tan despreciable es el pecado a los ojos de Dios, también vemos el gran amor de Jesús por cada uno de nosotros

A menudo me pregunto por qué la gente hoy en día no acude a confesarse más a menudo. ¡No puede ser que estemos pecando menos! ¿Acaso habremos perdido aprecio por el Sacramento de la Reconciliación por no darnos cuenta de lo terrible que es el pecado? ¿Es que ya no apreciamos el sufrimiento y la muerte que Cristo murió por nosotros? ¿No nos damos cuenta que lo único que tenemos que hacer es confesar nuestros pecados y acogernos a Su misericordia?

Sin duda, es un gran consuelo espiritual, y un recordatorio del gran amor de Jesús, poder acercarnos al sacerdote y escuchar esas hermosas palabras: “Tus pecados te son perdonados”. Con el Sacramento de la Reconciliación somos purificados y podemos comenzar de nuevo otra vez.

La confesión, hijos míos, es la manifestación más hermosa del Poder y del Amor de Dios. Un Dios que perdona... ¡¿no es una maravilla?! Es un Sacramento que limpia, purifica, enaltece y diviniza: que nos da fuerza para salir adelante en los caminos de la tierra, que nos pone en condiciones de ser eficaces...

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