También tú has sido invitado

Un rey invitó a un súbdito a que viniera a su palacio porque quería pasar un rato con él.

El súbdito pasó de la perplejidad por la llamada, al colmo de la alegría. No acertaba a explicarse tal invitación. Él no conocía al rey, apenas había visto su imagen.

Como humano que era, comenzó a hacer participes de su alegría a todos sus parientes, amigos y conocidos… incluso a algún desconocido, tal era su alegría.

– ¡El rey me ha llamado, quiere verme, hablarme, tal día y a tal hora! –decía sin parar.

Los días que faltaban se le hacían interminables. ¡Qué lento pasaba el tiempo!

Empezó a prepararse: “¿Qué me pondré? … Soy pobre, ¿cómo iré? … Vive lejos, ¿cómo me reconocerá? … ¿De qué me conocerá? …”

¡Llegó el día! Eligió lo mejor que tenía y se puso en camino, tomando tiempo sobrado. ¡No podía llegar tarde a la cita! ¡Era el rey quien lo esperaba!

Llegó un poco antes de la hora prevista. No le importaba esperar. Cuando entró en el palacio, un servidor le invitó a que firmara en el libro de honor, donde todos dejaban constancia de haber sido recibidos por el rey. Se le invitó a pasar al salón de audiencias. El rey estaba acompañado de una hermosísima dama. Era su madre, la reina.

El súbdito, respetuosamente, se inclinó. Iba a arrodillarse cuando el rey, acercándose, le tiende sus brazos y, llamándole por su nombre, lo abraza:

–¡Cuánto me alegro de que hayas venido! –le dice– ¡Te esperaba desde hace mucho tiempo!

La reina, sonreía. Los rostros de ambos irradiaban paz, rebosaban amor. Miró a su alrededor y vio que había más súbditos, sin embargo lo atendían como si sólo estuviera él. La atención de los dos señores era exclusivamente para él. Asombrado se dio cuenta de que, sin embargo, no desatendían a los otros. Era maravilloso, todos tenían en su rostro la feliz expresión de ser acogidos de forma especial.

La reina sonreía continuamente y paseaba la mirada complacida de su hijo al súbdito, y al revés. Sintió cómo, a veces, con la mirada, pedía al hijo lo que él necesitaba.

Comenzó un dialogo íntimo, inefable, sin apenas palabras. El rey, mirándole, le decía:

– Te conozco hace mucho tiempo, antes de que nacieras. Lo sé todo de ti. Sé de tus alegrías y tristezas, de tus necesidades… ¡Y me apasiono por atenderte! Pero… ¡dímelo tú con tus propias palabras! ¡Quisiera oírte!

El súbdito, en su indigencia, vacilaba: ¡se veía tan pobre! … Sentía un respetuoso temor. Levantó los ojos, cruzó la mirada con su señor y encontró que sus ojos estaban llenos de amor, de misericordia, de comprensión.

Fascinado le dijo:

– ¡Ah, Señor, si mis hermanos te vieran y te conocieran! ¡Cómo desearían venir aquí y estar contigo!

De nuevo miró a su señor y vio que su rostro no había perdido la paz, la comprensión, la serenidad. Pero notó su mirada triste. El rostro de la señora, también reflejaba tristeza.

Entonces cayó en la cuenta: recordó que sus paisanos no amaban a sus señores. Los maltrataban de palabra y de obra. Aunque les debían la vida y cuanto tenían, pasaban de largo. Él también se entristeció. Empezó a darse cuenta de lo que ocurría, pero no podía comprenderlo. No podía comprender cómo aquellos reyes de amor y compasión.. ¡no eran amados!

– ¡Señor, no te aflijas! –le dijo– aunque pobre, aquí estoy para acompañarte. Deseo con toda mi alma que mi pobre compañía te sirva de consuelo. Cuando salga, hablaré a todos de ti. Contaré cómo escuchas y amas al que viene a tu presencia; cómo te alegras de vernos, y cómo nos alegras y colmas de paz. Les invitaré a que vengan a verte, a conocerte, a que vivan el gozo de tu presencia y amor. Sé que soy corto de palabras y tengo miedo de que se rían y me tachen de loco, pero el recuerdo de tu amor y tu persona, ¡me animarán!

– ¡Gracias por venir! –le dijo el rey– a veces… ¡estoy tan solo!

– ¡Gracias por haberme llamado y recibido! –contestó el súbdito.

– ¡Vuelve la semana que viene, te estaré esperando! –le dijo el señor.

– ¡Vendré! –respondió.

E inclinándose se retiró lleno de amor y de una gran e inexplicable paz. Salió a la calle, miró su reloj: había pasado una hora… ¡le pareció un segundo!

Comenzó a contar a sus parientes y amigos cómo le había ido en la audiencia que le había concedido el rey. La grandeza y el amor con que le había tratado su señor. Unos lo creían y se animaban a ir, otros se reían, otros, con palabras que sonaban a hueco, le decían:

– ¡Qué bonito, a ver si voy un día! –sabiendo que nunca irían.

Pero él no se desanimaba. Incansable, invitaba a cuantos veía. Era consciente de que muchos, ante la vehemencia de sus palabras, la seguridad de su tono y la alegría de su mirada, quizás alguna vez pensarían en sus soledades: “¿Será verdad lo que me dijo este amigo? ¡Iré a comprobarlo!”

Y a hurtadillas, algunos empezaban a frecuentar al gran señor.

El súbdito de la historia no pudo contener la alegría por aquella invitación con la que, sin merecerlo, había sido agraciado. Bien dispuesto, acudió a la cita, y descubrió, maravillado, que era recibido con más alegría que la que él había experimentado. Después de conocer a tan bondadosos señores, rey y reina, anhelante contaba impaciente los minutos que faltaban para su próxima audiencia.

~*~*~*~

Esta sencilla historia nos habla sobre un Rey real, de su soledad y su tristeza, de su espera por alguien que vaya a visitarle, de las gracias que se pierden cada día porque no tiene sobre quién derramarlas… Sí, tal vez ya has entendido a Quien me refiero. El Rey y Señor de nuestra historia es Jesús, que aguarda por almas que vayan a visitarlo en el Santísimo.

No sé si alguna vez has ido a una capilla de adoración perpetua. Los adoradores hacen el compromiso de acompañar a Jesús durante una hora, un día específico de la semana. De esta manera, la capilla puede permanecer abierta para que otras personas puedan acudir a Él. Pero la realidad es que son muy pocos los que se comprometen. El amigo que me envió la historia me decía: “¡Lástima que el Gran Señor, nuestro Dios, no sea más visitado y amado!”. Y tiene mucha razón.

Ahora mismo, en este mismo instante, Jesús está esperando por alguien que vaya a visitarlo. Si nunca has ido, no tienes idea del Amor y la Paz que se experimenta en su Presencia. Te invito a hacer como el siervo de la historia. Ve a visitar a nuestro Rey, ve con gozo y alegría a decirle cuanto le amas, ve a pasar una hora en su compañía… te prometo que tu vida no será igual. DTB!

Comentarios

  1. Me puse a llorar cuando leí que “el Rey lo abrazo!!!”
    Es que es un gozo sentir su presencia, su abrazo, su bondad, su misericordia en fin su AMOR!
    Gracias por compartir*

    Miriam*
  2. gloria a Dios!!! hermanos yo he tenido la oportunidad de ir al santisimo y he recibido mucho gozo, tranquilidad, y sobre todo amor y paz, Ddios le bendiga y yo tambien tengo sed de ti.

    zulma de solis
  3. PRECIOSO MENSAJE !!!! GLORIA A DIOS !!!

    Martha Cabrales

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