Solemnidad de Pentecostés

Una vez, un niñito pequeño, al ver llegar a su papá, salió corriendo a recibirle… al llegar donde él, dio un salto con sus brazos abiertos para colgarse de su cuello… pero en medio de la alegría y la emoción del momento, aunque quedó en los brazos de su padre, quedó mal acomodado y este no podía agarrarlo cómodamente… entonces, el padre, se separó por un instante de su pequeño hijito, para volver a abrazarlo completamente… y en aquel momento, el abrazo fue total, completo, perfecto… ¿Qué padre, o madre, o abuelo, o abuela no ha pasado por esta tierna experiencia donde ese pequeño instante de separación significa un largo y profundo abrazo?

Esta pequeña historia fue parte de una homilía que Padre Wiso dio en la fiesta de la Ascensión del Señor hace algunos años… decía Padre Wiso, que la separación momentánea de Jesús al momento de la Ascensión era precisamente como esa historia: Jesús, que se separaba por un instante de sus discípulos para sentarse a la derecha del Padre, para desde allí darnos un abrazo completo y total, un abrazo que lo abarca todo… que lo contiene todo… que lo envuelve todo… el abrazo perfecto de Dios que quiere que seamos uno con Él…

Mientras regresaba a casa aquella noche, yo seguía reflexionando sobre esta analogía, tratando de ubicarla en el contexto del domingo siguiente: el día de Pentecostés… y pensé que después de ese abrazo perfecto de Dios, solamente nos queda esperar un beso tierno que inunde nuestro corazón de un amor tan puro y tan grande como Dios mismo… desde entonces, siempre espero la Solemnidad de Pentecostés para recibir el más grande y perfecto de los besos: el beso de Dios…

Hoy no les voy a aburrir con muchas cosas porque es un día de oración gozosa, de alabanza y fiesta… así que les dejo una copia de la Secuencia de Pentecostés y mi promesa de que oraré por cada uno de ustedes para que el Espíritu Santo se derrame con poder activando sus siete dones en sus corazones…

Secuencia de Pentecostés

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Amén. Aleluya.

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