Los saduceos eran los aristócratas del clero, eran ricos, controlaban el Templo y proponían una interpretación estricta de la ley de Moisés. Para ellos, la idea de una resurrección de los muertos era una gran herejía (la creencia en la resurrección surge en el judaísmo tardío y aparece por primera vez en los libros de los Macabeos). Por eso, cuando tienen la oportunidad de confrontar a Jesús, los saduceos tratan de tenderle una trampa: una mujer que se ha casado con 7 hermanos y enviudado de cada uno de ellos, ¿de quién será esposa en la resurrección? (Lucas 20, 27-38).
Esto de resucitar no es fácil de entender, aun sabiendo que un día vamos a morir. Mirémoslo de este modo, solemos angustiarnos por la muerte, pero, ¿qué pasos concretos estoy tomando para lograr la Salvación?
El Evangelio hoy nos dice: “no es Dios de muertos, sino de vivos”. Usualmente nos preocupamos por buscar la felicidad terrenal, y se nos olvida que la verdadera felicidad viene del Cielo. A veces actuamos como si estuviéramos muertos, pues nos acomodamos a una vida de pecado. Mientras que Jesús nos quiere vivos, “porque para Él todos están vivos”.
San Juan Pablo II nos alertó contra la ‘cultura de la muerte’ que nos propone el mundo, y nos invita a seguir la ‘cultura de la vida’ que nos propone Jesús. Digámosle sí a la vida, en todas sus manifestaciones. Digámosle sí a Dios.
Como dice nuestro querido Papa Francisco en su estilo peculiar: “Queridos amigos, nuestra vida es plena sólo en Dios”. Sonríe, que Dios nos quiere felices.
¡Adelante, con fe!
Diác. Richie
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