“Por entonces unos sabios de oriente se presentaron en Jerusalén…” Acompañemos ahora a los magos de oriente, esos personajes un tanto especiales, ricos ellos, gente de cultura, gente inquieta, investigadores. Dios los llama por lo que a ellos les era más familiar, y les muestra una estrella grande y maravillosa para que les impresionara por su misma grandeza y hermosura.
Nos hemos echado al camino con estos sabios de oriente. Tuvieron que sortear muchas dificultades durante la trayectoria, antes de llegar a Belén. Incertidumbre, sobresaltos, miedos, dudas, tentaciones de volverse atrás. La estrella desapareció. ¿Dónde ir?
– Oigan, magos, volvamos a casa, ¿no?
– No, sigamos… nos lo ordena el corazón.
– Pero, ¿y si es un sueño y una quimera y pamplinas?
– Nosotros seguiremos adelante, no sé tú.
Vencieron todos los obstáculos. Voluntad, reciedumbre tenían. Y mucha fe, por encima de todo. Y ansias de conocer a dónde llegaría esa estrella. Su corazón estaba abierto a la verdad, a toda la verdad. Clavaron espuelas a su caballo o a su camello, qué más da, y siguieron la ruta de la estrella, galopando al compás de sus sueños e ilusiones nobles. Y llegaron a Belén.
Y, ¿qué encontraron? “Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra.” También ellos, como los pastores, encontraron el mayor tesoro de la vida: a este Niño, que es Hombre y Dios al mismo tiempo. Y al ver a este Niño se les abrieron los ojos de la fe, se les dilataron los pulmones de la esperanza y se les ensanchó el corazón.
¿Qué regalos le ofrecieron al Niño Jesús? Lo mejor que tenían. “Abrieron sus tesoros y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra.” Sí, algo valioso. Además, de ofrecerles su perseverancia en la fe y su tenacidad en la esperanza, del tesoro de su corazón sacaron los mejor que tenían, según su condición social: oro, porque reconocieron a ese Niño como Rey del Universo; incienso, porque le reconocieron como Dios a quien adorar; y mirra, esa planta amarga, medicinal de oriente, porque le reconocieron como hombre verdadero que tendría que sufrir en su vida.
Nos hemos quedado extasiados ante estos reyes de oriente. Les hemos seguido, a pies juntillas y con el alma en vilo. ¿No tendremos nosotros también esa perseverancia en la fe que tuvieron ellos, y esa tenacidad en la esperanza, para poder llegar a Belén y encontrarnos con este Niño Jesús, que es la razón de nuestra vida, de nuestra alegría y el consuelo de nuestro corazón? Ojalá le podamos también ofrecer a Jesús el oro de nuestra libertad, el incienso de nuestra oración y la mirra de nuestros esfuerzos y sacrificios.
Contemplar el misterio y aprender las lecciones de Belén (Los magos), por Antonio Rivero
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