La Virginidad Perpetua de María

El dogma de la virginidad perpetua de María nos enseña que La Virgen fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto, es decir, siempre. Así lo ha entendido la Iglesia desde sus comienzos y así lo creemos nosotros.

San Justino, en el siglo II, fue el primero en referirse a María como “La Virgen”, como si este fuera su nombre propio, confesando, implícitamente, su virginidad perpetua. Lo mismo podemos decir de Orígenes y san Hipólito, quienes también llamaban a María “La Virgen”.

San Atanasio escribió: “Jesús, hecho carne, es engendrado en los últimos tiempos de santa María siempre Virgen” (símbolo de Alejandría). San Hilario de Poitiers, en un escrito del año 356, dice que algunos de su tiempo negaban la virginidad de María y los llama individuos sin religiosidad, completamente alejados de una enseñanza espiritual. Y san Jerónimo, san Ambrosio y san Agustín se pronunciaron a favor de la virginidad perpetua ante las herejías de Helvidio, Joviniano y Bonoso.

San Máximo de Turín se anticipó a la definición del dogma cuando en el año 398, en uno de sus sermones, dijo: “La Virgen concibe sin la intervención de varón; el vientre se llena sin el contacto de ningún abrazo; y el casto seno se acogió al Espíritu Santo, que los miembros puros custodiaron y el cuerpo inocente albergó. Contemplad el milagro de la Madre del Señor: es virgen cuando concibe, virgen cuando da a luz, virgen después del parto. ¡Gloriosa virginidad y preclara fecundidad!”

Fue en el año 649, durante el Concilio de Letrán, que quedó definido formalmente el dogma con estas palabras: “Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad por madre de Dios a la santa y siempre Virgen María, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente le engendró, permaneciendo ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble, sea condenado.”

Curiosamente, Lutero y Calvino defendieron abiertamente la virginidad perpetua de María; y Lutero definió como “locos” y “villanos” a quienes negaban esta creencia. Un siglo después, la confesión de fe de los calvinistas confirmaba la verdad de que María había sido virgen en el parto, antes del parto y después del parto. Esto mismo afirman los ortodoxos.

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