La forma como vive el mundo contrasta con el tiempo de Adviento que comienza hoy. El mundo va aprisa, no espera, lo quiere todo rápido, ya y ahora. Pero el Adviento es una pausa, una espera, un tiempo de prepararnos para recibir a Aquel que habrá de llegar.
El mundo corre rápido, saltando de celebración en celebración, siempre a la carrera, apresurando la llegada de la Navidad, para luego seguir corriendo hacia otra cosa. El Adviento no tiene prisa porque reconoce que lo importante, lo que de verdad tiene valor, necesita cultivarse, con paciencia, con esfuerzo y con calma, y así el fruto luego tendrá mejor sabor.
El mundo compra desenfrenadamente, consume, traga, gasta, se mueve por el lucro, es egoísta y vanidoso, y vive sólo de las apariencias. El Adviento es el camino que nos lleva a Belén, el tiempo de gestación de la Madre, es la estrella que nos guía, no es el Acontecimiento, pero es la vía que nos lleva a Él y sin el cual no estaríamos listos para encontrarle.
El mundo nos lleva a menospreciar la virtud de la esperanza, sobre todo, porque no entiende la importancia o el valor de esperar por algo. Pero el Adviento vive esta pequeña virtud consciente de que Navidad, sin espera y sin esperanza, no es Navidad.
Charles Péguy, llamado el poeta de la esperanza, tiene un hermoso poema que habla de las tres virtudes teologales, pero en especial de la pequeña esperanza. Se los comparto y les invito a dedicar este Adviento a cultivar esta hermosa e importante virtud.
La pequeña esperanza
Charles Péguy, “El misterio de los Santos Inocentes”
Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza.
Una ciudad del rey,
en las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres,
que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos,
a los pobres del rey,
en las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
Pero mi pequeña esperanza es
la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que vela por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que vela por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila.
Yo soy, dice Dios, el Señor de esa Virtud.
Mi pequeña esperanza
es la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña, después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta
y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva.
Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.
La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol, la Caridad,
mi hija la Caridad ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más
que esa pequeña promesa de brote
que se anuncia justo al principio de abril.
Comentarios
La esperanza nos mantiene firmes en la Fe y en la Caridad, tres virtudes que son indispensables para nuestra vida diaria.
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