Beata Isabel de la Santísima Trinidad (1880-1906) nos dice: Dios ha infundido en mi corazón una sed del infinito y un anhelo tan grande de amor que sólo Él puede saciarlo. Me dirijo a Él como el niño a su madre para que invada y llene plenamente mi ser, para que se posesione de mí y me lleve en sus brazos. Tenemos que ser sencillos en nuestro trato con el Señor (Carta 147). He hallado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esta verdad, todo se iluminó para mí. Quisiera revelar este secreto a todas las personas a quienes amo para que ellas se unan siempre a Dios a través de todas las cosas, y se cumpla así la oración de Jesucristo: “Padre, que sean completamente uno” (Carta 110).
Ya sea que barra, trabaje o haga oración, todo me resulta encantador y delicioso, porque descubro a mi divino Maestro en todas partes (Carta 83). A Dios se le encuentra lo mismo en la colada que en la oración. Él lo llena todo. Se le vive. Se le respira. Si vierais qué feliz soy… Mi horizonte se ensancha cada día (Carta 84). Soy un alma miserable, pero os amo tanto, Señor. Acudo a Vos, sencillamente, con la misma confianza con que se acude a un amigo entrañable. Creo que os agrada esta dulce familiaridad. Y espero con total abandono y confianza el momento que me unirá a Vos para siempre. En el cielo no podré sufrir por Vos, pero espero seguir trabajando por vuestra gloria. Dadme la gracia de hacer algún bien, mientras permanezco en este mundo. Soy vuestra pequeña víctima. Servíos de mí. Haced de mí lo que os plazca. Os ofrezco todo mi ser: mi cuerpo y mi alma, mis deseos y mi voluntad. Os lo entrego todo.
Quisiera vivir sólo de amor. Quisiera vivir por encima de este mundo, donde todo deja vacío el alma (Carta 206). Quiero vivir de amor, es decir, vivir solamente de Él, en Él y por Él (Carta 50).
La plenitud de mis deseos Señor, es recibiros en la Eucaristía todos los días y vivir de una comunión a otra en vuestra unión, en vuestra intimidad. ¡Oh! Esto sería el paraíso en la tierra. Jesús mío, concededme, os suplico, esta gran felicidad. Reconozco que soy débil, que soy indigna, pero ¿no sois, Señor, el autor de la vida? ¿No sois toda mi fortaleza y todo mi apoyo? Venid, venid todos los días a mi pobre corazón.
Del libro “La oración del corazón”, por el Padre Ángel Peña… puede descargar este y otros de sus libros en autorescatolicos.org/angelpena.
Comentarios
Mi corazon esta triste y solo Jesus sabe por que. Yo le pido que no me suelte de su mano y asi estar siempre junto a Él y sea la obejita que esta asu lado y que Dios me pase su mano por encima de mi cabeza para salvarme de Satonas y no le deje arrimarse ami y me solucione todos mis problemas.Jesús solo pienso y confio en tí José Cesar..
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